Una demostración democrática
La próxima semana la ciudadanía está llamada, a través de un plebiscito, a dar una demostración de que vivimos en un país donde impera la democracia. Con sus defectos y virtudes este sistema, desarrollado por los atenienses en el siglo VI a.C., no ha logrado ser desplazado, aun cuando en el mundo, en distintas épocas, han surgido diversos modelos de gobernanza. Según los griegos, la democracia defiende la soberanía del pueblo y éste tiene el derecho a elegir a sus representantes y controlar a sus gobernantes. La democracia funciona cuando impera plenamente, el Estado de Derecho, donde tanto las personas como las instituciones, públicas y privadas, están sometidas a la legislación correspondiente en su territorio.
El plebiscito en cuestión se acordó en el mes de noviembre pasado, con la firma del Acuerdo por la paz y la nueva Constitución, como una forma de apaciguar la violencia que, lamentablemente, había transfigurado la apoteósica marcha del 25 de octubre, que congregó más de un millón de personas, haciendo ver una serie de problemas, carencias, abusos y discriminaciones. El citado acuerdo contó con casi la totalidad de los partidos políticos, exceptuando al PC y al FA.
Normalmente aquellos movimientos, encabezados por líderes revolucionarios o reaccionarios, que han enarbolado la bandera reivindicatoria de la democracia y la libertad, una vez victoriosos, cual más cual menos, han pretendido perpetuarse en el poder. Este ejemplo ha caracterizado a levantamientos de derecha e izquierda. O sea, la violencia, a mi entender, es la antítesis de la democracia y quienes no se pronuncian en forma oportuna, categórica y honesta en contra de ella, simplemente no son garantes democráticos.
En una reciente columna, Sebastián Edwards cita un estudio académico noruego-danés, relacionado con incidentes violentos en trece ciudades latinoaméricanas. El informe, referido a revueltas espontáneas u organizadas, además de la represión por parte de las fuerzas púbicas, ubica a Santiago, en la década del 70, como aquella con el mayor registro de eventos violentos. En el periodo 2000-2009 el indicador cae sustancialmente. Para luego entre 2010-2014 nuestro guarismo sube al doble que el promedio regional. Estoy seguro de que, en el último año, el país debe estar nuevamente entre los más convulsionados de Latinoamérica.
Lamentablemente los violentistas se han apoderado de las manifestaciones sociales y no se aprecia una contención efectiva de ellos. Estimo que la mayoría ciudadana rechaza la violencia, venga de donde venga. Ni atropellos a los derechos humanos, ni ataques a carabineros ni a sus cuarteles, ni destrucción de bienes públicos ni privados. Es la esperanza de los demócratas.