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El encuentro

Los chilenos han reclamado y exigen el fin de los simulacros o el gatopardismo, quieren cambios, un trato digno y fin de los abusos. Esos son los mensajes. A esta altura de poco vale la pena insistir en los errores del gobierno. Por lo que viene, es mejor que su foco se concentre en entender las demandas y generar un ambiente que propicie el diálogo.
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El 18 de octubre de 2019 es una fecha para la historia nacional y bien podría entenderse como el punto de inflexión de un momento distinto para el futuro de la nación. ¿Qué será aquello? Nadie lo sabe con certeza, pero puede tenerse un optimismo basado en cuestiones concretas.

No obstante, es fundamental entender el estallido social como la manifestación social y política desde la ciudadanía, no desde los partidos o la élite, tan cuestionada desde hace años. Es cierto que hubo graves hechos delictivos, pero el asunto es más grande que eso y debemos ser capaces de observarlo y comprenderlo para avanzar en lo que debe hacerse.

Es innegable que bien puede pensarse en el 18/O como el derrumbe del Chile que conocemos; también podemos leerlo como el efecto obvio del colapso de la confianza entre las personas e instituciones y también como una causal propia de una sociedad más moderna, altamente individualista, carente de sentidos colectivos, es decir, basada en las subjetividades personales, producto de la ausencia de grandes relatos y liderazgos potentes.

Chile es otro y hay que entenderlo.

El 18 de octubre abrió escenarios impensados, pero que estaban latentes hace demasiado tiempo en un sistema con cada vez menos validez, pero altamente eficiente en lo político y económico. Aquello -y mucho más- es lo que explica lo sucedido y no, en ningún caso, la presencia de organizaciones terroristas o grupos que buscan desestabilizar al ejecutivo. Esto sin perjuicio de que en efecto hay en acción grupos poco democráticos y dispuestos a buscar a cualquier costo sus objetivos.

Esto también debe ser entendido como un enorme fracaso de la política y la conversación social, tan deteriorada y tan poco empática: vivimos en una sociedad fragmentada que hoy descubrió otras realidades que, paradojalmente, estaban a la vista.

Pero como suele ocurrir con el tiempo, las cosas pasan y si bien vivimos en el presente, atrapados en parte del pasado y nuestras herencias, debemos trabajar para el futuro. El desafío es encontrarse y conversar, ceder, escuchar, perdonar y proponer. Nadie quiere más violencia, pero tampoco injusticia o tratos indignos. Los ecos durarán años. Será difícil, pero el pueblo chileno, el gran protagonista, se merece algo mejor y hay que dar respuesta.

La gran tarea a un año del 18-O

"El Gobierno ha escuchado las demandas de la gente y ha impulsado junto al Congreso mejoras que la ciudadanía ya percibe". Paulina Núñez Urrutia, Diputada de la República
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El 18 de octubre de 2019, junto con los terribles hechos de violencia que presenciamos en las distintas regiones del país -tal vez los símbolos más palpables fueron los ataques a 118 estaciones del Metro de Santiago, a edificios públicos y los saqueos a distintos tipos de comercio-, hubo también un despertar legítimo de millones de chilenos que comenzaron a movilizarse de forma pacífica exigiendo demandas históricas y reales, como el fin de los abusos, mejores pensiones para los jubilados o mayor acceso a la educación para los jóvenes, cosas en las que se ha avanzado mucho en los últimos 30 años, pero no al nivel que todos desearíamos.

Si bien para muchos el estallido fue algo que no vieron venir, para varios las demandas que veíamos en la ciudadanía no podían seguir esperando. De hecho, desde nuestra región veníamos desde hace tiempo impulsando la idea de tener un Nuevo Trato con las comunidades, de tener un desarrollo más inclusivo y sustentable, con políticas públicas con mirada social y con una verdadera responsabilidad social empresarial.

Pero las personas no aguantaron más. Lamentablemente, la mayoría de esas manifestaciones pacíficas fueron capturadas por violentistas. Esta situación crítica tuvo su punto cúlmine el 12 de noviembre, día en que nuestra democracia corrió peligro y el Presidente Piñera nos llamó a la clase política a dejar nuestras diferencias de lado y alcanzar un acuerdo que buscara la paz y un camino institucional para cambiar nuestra Constitución.

Así, me tocó participar en esa histórica madrugada en el edificio del ex Congreso Nacional, en que la gran mayoría de los partidos con representación parlamentaria (salvo el PC y algunas colectividades del Frente Amplio, que hasta ese momento no rechazaban la violencia desatada) logramos firmar el Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución, que permitió dar una salida política a la crisis institucional y de confianza y tener un cronograma electoral para que fueran los chilenos, con su voto, los que decidieran si querían una nueva Constitución y quiénes deberían redactarla.

Estamos a una semana de ese plebiscito constitucional y ha pasado un año de ese 18 de octubre. Un año en que el Gobierno ha escuchado las demandas de la gente y ha impulsado junto al Congreso mejoras que la ciudadanía ya percibe, como el aumento en las pensiones del Pilar Solidario, la rebaja de los medicamentos, la disminución de un 50% del precio del transporte para adultos mayores y el aumento de los salarios de los que menos ganan, a través del Ingreso Mínimo Garantizado. Pero aún queda mucho para responder a las demandas de la ciudadanía y producir un cambio profundo con miras a tener un país más justo y solidario, más aún después de una pandemia que ha afectado a tantos compatriotas.

En estas fechas tan simbólicas, el llamado a quienes tenemos la responsabilidad de tener cargos de representación popular es sólo uno. Replicar lo que hicimos ese 15 de noviembre: dialogar y buscar puntos de consenso para avanzar en forma decidida en reformas que permitan mejorar las condiciones y calidad de vida de todas las personas hoy, no mañana..

Portal de Octubre

"Lo incomprensible, a estas alturas, es que no se le entienda, que no se comprenda lo que significa el estallido". César Trabucco, Sociólogo
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Un salto, como otras veces en nuestra historia, dio paso a un proceso que sin duda marca un punto de inflexión en nuestra historia democrática. Existe allí un antes y un después como una suerte de portal que deja atrás una época y se abre a una nueva que dependerá , sin lugar a dudas, de lo que nosotros decidimos de allí en adelante como protagonistas de nuestro mañana.

Lo que estalla, con el salto del torniquete del Metro, gesto evasor de desobediencia civil, es la saturación de un sistema caracterizado por una abrumante brecha entre lo que se dice y se hace. Entre los discursos de las elites y sus prácticas que dejan al desnudo un nivel de desigualdad en todos los ámbitos de la actividad social que alcanzó un nivel de saturación insoportable. Un sistema que ya no resiste más

Ese día, trágicamente retroalimentada, la violencia se expresó como una manifestación de rabia contenida, durante muchos años, contra una sociedad que se sacrificó en el altar del mercado. Sin ningún líder o grupo que ejerciera el liderazgo corrió por nuestras calles buscando algo concreto sobre lo cual descargar la frustración largamente contenida. Allí sucumbió lo que se entiende, teóricamente, como bienes públicos y se trasladó como incendio arrasador a todo aquello que pudiera simbolizar abusos.

A partir de ese momento comienza a desaparecer una forma de hacer política. La movilización es autónoma y no requiere de líderes formales ni de partidos que la mediaticen. Ha surgido una forma de expresión que no requiere de la institucionalidad política ya dramáticamente deslegitimada, la ciudadanía empieza a actuar como un actor político que no depende de mediaciones y que además fiscaliza cada una de las acciones de los actores tradicionales.

Ese acto refundacional de la política contiene riesgos y oportunidades pues en ausencia de instituciones, legitimadas, son los poderes fácticos y la ciudadanía los actores que pueden expresar posiciones de poder que definan el futuro de nuestra sociedad. La ciudadanía debe entonces expresar su vocación democrática jugándosela por caminos en donde pueda hacer sentir su peso mayoritario para trazar los acuerdos básicos en torno a la sociedad en que queremos vivir.

Es un lugar común ya aquello de que el estallido social no se vio venir, que nadie lo percibió con nitidez avanzando por nuestras calles. Lo verdaderamente incomprensible, a estas alturas, a un año ya de su atronadora presencia, es que no se le entienda, que no se comprenda lo que significa el estallido y lo que este demanda, como parece demostrar la acción de las elites en continuar con las mismas prácticas como lo han demostrado las últimas decisiones, que en distintos ámbitos, han tomado a contrapelo de las grandes mayorías.

Eso no es ceguera ni sordera es irresponsable contumacia.