Sergio Gaytán
Partiremos a encontrarnos con el universitario de los años 70, década en que inició su aventura de ir al rescate de nuestra literatura, mandato de su maestro Sabella que cumplió a tal punto que, como al buen Quijote "se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio".
Estudió en el Instituto Superior de Comercio y formó allí un grupo de teatro que le abrió el apetito por el área. Con un retraso de casi quince años, inició estudios para ser Profesor de Castellano.
Lo conocí como alumno de la Carrera, distinto. La diferencia de edad con sus compañeros, su voz ronca y sus dichos peculiares llamaban la atención. Contestatario por excelencia, de andar lento y ropajes oscuros, tenía siempre el último dato para hacer sentir la escasa lectura imperante. Su rumbo de estudiante le hizo encontrarse con una nueva generación de alumnos, caballeros andantes casi todos.
Una casa blanca y luminosa, en calle Nicanor Plaza 1093, cobijó al grupo que inició la aventura de la poesía al alero de Sergio. Eran tiempos difíciles, después del golpe de estado. Allí nació el Taller Recital (1977) y el Cuadernillo confeccionado con retazos de papel de sus trabajos de imprenta. A esa casa llegarían poetas como Jaime Ceballos y Hernán Rivera que venía de María Elena y volvía llevándose libros y más libros de Gaytán.
Los años pasaron… algo se quebró en el aire. Nos encontramos tantas veces pateando la herida, exprimiendo los pedazos de luz que hacíamos aparecer. La muerte del maestro Sabella nos volvió a reunir y otra vez el coloquio amigo abrió su casa.
En tiempos de pandemia, me pregunto si Gaytán hubiese notado la diferencia. Hacía mucho tiempo que casi no salía, doblado ante el teclado, preparando su próximo libro. Allí estaba la vida en plenitud, allí se alojaban sus sueños. Le hubiesen faltado sus amigos, sin duda. Gaytán era un ave de bandada.
La casa de los años setenta sigue allí, como cuando los poemas saltaban como peces, y creo ver a Sergio atisbando por las amplias ventanas respondiendo al alumno que le preguntaba:
--Profesor, ¿usted es poeta?
-Yo no soy poeta. Soy un hombre feliz.
Patricia Bennett, Miembro de la Academia Chilena de la Lengua