Definiciones para sobrevivir al infierno según A. Bierce
Un antídoto contra la corrección política de todo orden es "El diccionario del Diablo" (Hueders-Sexto Piso), del escritor norteamericano Ambrose Bierce. El libro fue ilustrado en Chile por Alberto Montt.
En 1913 cuando ya no podía escribir como quería, producto de la fatiga del cuerpo y del alma, Ambrose Bierce se perdió en los tumultos de la Revolución Mexicana. Su muerte no fue registrada. Quizás se trató de un pacto con el ángel caído, cuyo léxico inmortalizó en "El diccionario del Diablo", la obra más reconocida del escritor, militar y periodista que inspiró a H.P. Lovecraft, Ray Bradbury y Carlos Fuentes. Hoy esa obra regresa de la mano de Hueders, a través del sello español Sexto Piso. Fue el dibujante chileno Alberto Montt quien ilustró este clásico.
Bierce nació en 1842. Fue hijo de un fanático religioso que, sin embargo, lo crió en una casa de campo llena de libros en Ohio, Estados Unidos. Allí probablemente comenzó a explorar su relación con el Diablo, en sus palabras: "El causante de todos nuestros males y propietario de todas las cosas de este mundo que valen la pena".
Bierce fue soldado en la guerra civil estadounidense. Después volvió a lo suyo convertido en un polémico periodista, con columnas de opinión que invocaban a su amigo de la infancia. En paralelo, sus hermanos escaparon para trabajar en circos o ser misioneros en África. Una de ellas fue el almuerzo de una tribu de caníbales.
Vademecum del diablo
"El diccionario del diablo" empezó a aparecer como cápsulas en la revista californiana The Wasp con definiciones del tipo "Administración: ingeniosa abstracción en política, concebida para que reciba las patadas y bofetadas dirigidas al primer ministro o al Presidente. Hombre de paja a prueba de huevos y burlas"; "Olvido: don que concedió Dios a los deudores en compensación por su carencia de conciencia. (…) Vertedero eterno de toda fama. (…) Dormitorio sin despertador"; o, palabra que no pasa de moda en el mundo público, "Acuerdo: resolución de un conflicto de intereses que da a cada adversario la satisfacción de creer que ha conseguido lo que no le correspondía y que no se ha visto privado de nada, salvo de lo que en justicia debía ser suyo".
Mención aparte merece la conceptualización del día: "Periodo de 24 horas, casi todas malgastadas. Éste se divide en dos partes: el día propiamente dicho y la noche, o día impropiamente dicho; la primera se dedica a los pecados de los negocios, y la segunda a los de otro tipo. Estas dos clases de actividad social se solapan".
El vademécum del bajo fondo no incluye una definición del tiempo iluminado por la luna, pero sí del amor: "Locura que se comete al tener demasiada buena opinión de otro antes de saber nada de uno mismo".
Bierce trabajó cerca de 30 años en la escritura de su homenaje al demonio. Sufrió momentos de aflicción ("proceso de aclimatación que prepara el alma para otro mundo más amargo"), razón por la que dedicó el esfuerzo categórico ("equivocado a voz en grito") a "almas ilustradas que prefieren los vinos secos a los dulces, el sentido al sentimiento, el ingenio al humor y un inglés pulido a la jerga". En la versión original, publicada en 1906, "El diccionario del Diablo" responde a juegos fonéticos que se perdieron en la traducción al español. Sin embargo, ganó en locura y sensatez, dejando en claro cuál es el equipo del lexicógrafo: "Loco: que sufre de un alto grado de independencia intelectual; que no se ajusta a los moldes de pensamiento, habla y acción que han definido los espíritus conformistas tras estudiarse a sí mismos; (…) Se ha de destacar que quienes declaran locos a los demás son funcionarios que carecen de pruebas de que ellos mismos estén cuerdos".
Hombre medio
El autor "aconseja que todos hagan cuanto esté en sus manos por parecerse más al hombre medio que a sí mismos. Quien lo consiga, disfrutará de la paz, de una muerte segura en el futuro y de la esperanza de ir al infierno".
Este tipo de definiciones trajo a Bierce beneficios como el "éxito: único pecado imperdonable que nuestros amigos no perdonarán", además de felicidad o una "agradable sensación producida al contemplar la desdicha ajena".
Sin embargo los "intervalos de lucidez en una vida confusa" llegarían irremediablemente cuando uno de sus seguidores conquistó a su esposa, Mary Ellen "Mollie" Day, a través de cartas. Al descubrir la trama a sus espaldas, Bierce anotó la definición de bruja: "Vieja fea y repulsiva que mantiene una perversa relación con el diablo. Joven bella y atractiva cuya perversidad supera con creces la del diablo".
"Mollie" falleció al año siguiente, al igual que su primogénito Day, quien se suicidó por un mal amor. Dos años más tarde el escritor perdió a su otro hijo, Leigh, a causa del alcoholismo.
Con tal biografía Bierce pudo anotar la definición de calamidad: "recordatorio común e inequívoco de que los asuntos de este mundo no dependen de nosotros. Hay dos tipos de calamidades: la desgracia propia y la fortuna ajena", apuntó. La única familiar que lo sobrevivió fue su pequeña Helen, para quien el futuro era un "periodo de tiempo en el que nos van bien las cosas, nuestros amigos son sinceros y nuestra felicidad está asegurada".
Cansado y con asma, a los 71 años el escritor se hizo de un motivo o "lobo mental envuelto en piel de oveja moral" para, en diciembre de 1913, partir al sur a conocer la Revolución Mexicana. Ácido como sus conceptos, Bierce pensaba que morir fusilado "supera a la ancianidad, a la enfermedad, o a la caída por las escaleras de la bodega", escribió a su hija. A día de hoy, su muerte es el misterio que consagró el mito.
Por Valeria Barahona.
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