El tren local a Coquimbo y Sotaquí
Cada día se habla más de la recuperación del sistema ferroviario, que en la década de los 70 terminó casi por desaparecer. Mis primeros recuerdos de la llegada o la partida del tren local a Coquimbo desde la estación de Ovalle, proviene de mi niñez y de una epidemia de tos convulsiva. Las familias llevaban a sus hijos pequeños al andén de la Estación para que tuvieran la oportunidad de aspirar el humo de la locomotora que se estimaba podía prevenir los violentos accesos de tos. En cierto modo era un paseo, en que el aroma inolvidable del humo del carbón de piedra nos envolvía a todos, paseantes y viajeros.
En el tren local a Coquimbo y La Serena se podía viajar por el día a la costa, bañarse en la playa de La Herradura o Peñuelas. Los alumnos del Instituto Comercial abordábamos el tren que discurría lentamente por calle Aldunate hasta la estación Empalme, estructura metálica en el estilo neogótico del arquitecto Eiffel, donde se detenía a tomar pasajeros a La Serena. Nosotros abandonábamos el tren para seguir a pie al Instituto. En Guayacán, la Iglesia de metal era de la autoría del arquitecto Eiffel, al igual que la Iglesia de San Marcos, en Arica.
Recuerdo también el tren local a Sotaquí. Cada 6 de enero, con motivo de la fiesta religiosa del "Niño Dios de Sotaquí", se implementaba un horario de viajes al pueblo donde los grupos de danzantes de la Fiesta Grande de Andacollo volvían a bailar. Esta fiesta era la gran ocasión en que se comían las primeras sandias y melones. El año 1942 fue el gran terremoto de Ovalle, en que el epicentro fue Sotaquí. Gran parte del pueblo quedó en el suelo, murió poca gente porque el movimiento telúrico fue al medio día. Al año siguiente la Fiesta del Niño Dios se realizó igual, pero bajo la sombra de los paltos, aquellos de la auténtica palta chilena.
Fue en esa Fiesta donde conocí al Cristo de Elqui, que era un predicador libre del Evangelio, quizás con un cierto toque de ingenuidad. Él no era de Elqui, era de Rio Hurtado, de un sector de casas llamada La Turquía, en los faldeos de Cerro Gigante. Cierta vez, Monseñor Carlos Oviedo nos confidenció que El Cristo de Elqui siempre le inspiró respeto. Esto redobló nuestra admiración por nuestro Arzobispo.
Waldo Valenzuela Maturana