Qué pasa cuando se apaga la pantalla de un crítico de cine
El crítico y director Andrés Nazarala ("Hotel Tandil") regresa a las estanterías con la novela "Última función". Es un hombre postrado en una cama viviendo la agonía de las crónicas sobre Séptimo arte.
Un mundo en que cada quien puede compartir en Internet qué le pareció algo, sin el mayor atisbo de profesionalismo. En un tiempo en que las opiniones en la red van y vienen gratuitamente. Y si es que hay una compensación, proviene desde la productora que premia a quién sí le gustó la película o al que quizás ni siquiera la entendió. En esta realidad confusa nada y se asfixia en un coma diabético el crítico Aldo Romero, protagonista de "Última función", de Andrés Nazarala. La trama atraviesa los quizás últimos días del género "Crítica de cine", aquellas crónicas que, a su vez, constituyen el oficio real del autor.
En el libro golpea esta escena: "Te traje un par de suplementos para que te entretengas. Va el último con un texto sobre 'El camino'", le dice el editor al crítico mientras éste permanece en una cama clínica. (Terminó allí después de desmayarse en plena avant-première).
Con Romero saliendo en ambulancia, el texto fue escrito por "un chico muy bueno que se llama Matías Bonati. No te preocupes, eso sí, nadie te quitará el puesto. (…) Empezó con un blog muy irónico. Todo el mundo lo conocía como El Despertador. Ahora quiere entrar en medios más tradicionales". Frente a esto, el crítico pregunta si también el joven estaba en el preestreno donde él casi murió, pero no. "¿Y por qué me mandaste a la avant si podía ir después?".
-¿La película del lanzamiento que casi mató a Romero es de Nicolás López? Porque también el director es joven y tiene un productor español que financia comedias en Chile, como dices en "Última función".
-Pensé en una película comercial chilena de forma genérica, no puntualmente en una de López. El productor español creo que sí está inspirado en Miguel Asensio, probablemente porque años atrás me contaron que dijo que los críticos de acá no valen nada. Son curiosos los procesos de inspiración a la hora de escribir un libro. Al menos para mí. Supongo que voy metiendo en un saco recuerdos, cosas que escuché, otras que imaginé. Todo llega a la mesa de escritura sin convocatoria previa. Nunca pienso en alguien como Asensio, pero aquí se apareció. La idea de que Aldo Romero esté viendo una mala película y, peor aún, por obligación, agrava su crisis existencial.
-Internado en el hospital, Aldo le tiene tirria a los matinales. ¿Qué crees que pensaría ahora que se transformaron en noticieros con chistes?
-Estar postrado en un hospital y tener que aguantar un matinal debe ser una experiencia horrible. El que se describe en el libro quedó un poco pasado: es la época de los eventos paranormales y el sensacionalismo fantasmal. Lo de ahora no es mucho mejor: una amalgama de contenido político con chistes malos, terrorismo informativo y notas extendidas hasta el hastío. Creo que Romero no lo hubiese aguantado.
-¿Hay alguien que haya hecho algo después de leer "El Guion", de Robert McKee? En el libro citas aquel texto como uno de los prescindibles y a fines de la primera década de este siglo, varios fueron en procesión a su taller que dio en Santiago.
-El protagonista piensa en su propio fin y creo que, entre los hilos que presenta la novela, hay una reflexión sobre los finales de películas. Es por eso que de tanto en tanto aparecen Robert McKee y Syd Field para ordenar la propia historia de Romero y, por consiguiente, la misma novela que estamos leyendo. Esto es también posible porque, en el estado febril que está el crítico, realidad y ficción parecen confundirse. La vida se convierte en una obra moldeable. Siempre fui escéptico con estos gurús del guion. McKee es el defensor de la hegemonía de un modelo de cine. Ahora que lo pienso, curiosamente también es mencionado en mi novela anterior: "Hotel Tandil".
-¿Es cierto lo del oráculo de Ricardo Darín ("El secreto de sus ojos")?
-Era un juego de infancia: apagaba el televisor, hacía una pregunta y lo primero que escuchaba era la respuesta. Las cosas casi siempre coincidían. Es un buen ejercicio para corroborar la fuerza de la casualidad. Lo de Darín supongo que surgió porque lo encontré en el televisor mientras escribía. Aldo (Romero) tiene un tema con su padre muerto y Darín parece siempre una voz paternal y centrada.
--"Los gatos no quieren ser actores. Prefieren mirar películas. Ser críticos de cine", dices en la novela. ¿Como el gato Eduardo, del escritor Álvaro Bisama, que en su perfil en revista Viernes dijo que "me gusta el cine chileno, incluso las películas de Pablo Larraín"?
-Nunca leí ese perfil. De hecho, todo eso se inspira en una vivencia: yo tenía un gato cuando vivía en Santiago y solíamos mirar películas juntos. Él parecía reaccionar con cada proyección y yo interpretaba esos gestos como comentarios. Tenía buen gusto mi Fellini. No me extraña que alguien más haya pensado en un gato como crítico. Son buenos críticos y malos actores porque se escabullen de la cámara. Los perros, en cambio, son buenos actores y malos críticos.
-También dices que "el rock and roll era una forma de vida si no cometíamos el error de suicidarnos" ¿qué piensas de esa frase "no se mató a tiempo"? ¿crees que Romero mató una parte suya y la otra envejeció mal?
-Es propio de un crítico de cine entregarse a una revisión de lo que ha defendido, denostado, ignorado. Aldo lleva ese ejercicio a todo ámbito de su vida y se da cuenta de que el rock and roll era su paraíso. Un mundo perdido como tantos otros. Su retiro de la música es el suicidio de uno de los tantos Aldos que pudieron haberse impuesto en la carrera hacia la fecundación de una identidad. Finalmente ganó el crítico de cine, la soledad, el vampirismo de vidas ajenas.
Andrés Nazarala es crítico de cine, escritor y actualmente está grabando una película en chile.
"Última función"
Andrés Nazarala
Editorial Kindberg
270 páginas
$15.900
Por Valeria Barahona
"Es propio de un crítico de cine entregarse a una revisión de lo que ha defendido, denostado, ignorado".
cedida