Para mi negrita
A propósito de los pruritos con que algunos han empezado a ver nuestro lenguaje, en ocasiones, cayendo en el absurdo; hay y habrá algunos que nos resistiremos a esos eufemismos que rayan en el ridículo caricaturesco, solo "para no ofender".
Yo me pregunto: ¿qué hubieran pensado mis amigos, el gran negro Gaytán y el negro Ortega?
¿Qué dirán al respecto, el negro Ósman, y el negro Ceballos?
¿Cómo dormir a ese negrito, cuya madre está en el campo, trabajando? ¿Y la negra, Mercedes?
¿Estará todavía, con su traje blanco,, esperando que jueguen con ella, como en aquel poema?
"Toda vestida de blanco / almidonada y compuesta
En la puerta de su casa / estaba la niña negra".
Cito a Cristian Warnken: "pensar que el lenguaje es un duplicado de la realidad es un error conceptual: no es deformando el lenguaje cómo se van a terminar las discriminaciones de cualquier tipo, sino mejorando muestro trato, con gestos concretos de inclusión y cuidado. Es una tarea educativa de largo plazo".
Además de la falta de representatividad con respecto a la realidad que transmite, el sistema no es totalmente coherente consigo mismo, porque no es un objeto que se origina o funciona bajo el pensamiento lógico. Asumir que la palabra negro o negra, por sí sola nos evoca una connotación negativa, es confirmar justamente aquello que se pretende defender. A todas luces, una clarísima paradoja. Hace varios años, André Martinét, rechazaba el origen de esta idea del lenguaje como un repertorio de palabras con absoluta correspondencia con la realidad.
Recuerdo un cuento de Benedetti que relata cómo en un Congreso de Lingüística y Afines, mientras la hermosa taquígrafa recogía sus lápices y papeles y se dirigía hacia la salida, un centenar de lingüistas, filólogos, semiólogos, etc., seguían su garboso desplazamiento con una admiración rayana en la glosemática. Se escuchó decir: ¡Qué sintagma! ¡Qué polisemia! ¡Qué significante! ¡Qué diacronía!
La hermosa taquígrafa desfiló impertérrita entre aquella selva de fonemas.
Sólo se la vio sonreír, halagada y tal vez vulnerable, cuando el joven ordenanza, murmuró casi en su oído: «Cosita linda».
Ma. Alexandra Durán, Profesora