Mensajes para estos tiempos
El amor es algo que nos hace falta en estos tiempos de excesivo personalismo y esto es, como lo dice el biólogo Humberto Maturana, es dejar que aparezcan los otros. Muchos de los valores expresados, son parte de un patrimonio inmaterial, milenario, una gran expresión de lo mejor de Occidente para el mundo. Porque las personas somos más que consumo.
Un inmigrante, pobre, nacido en un pesebre junto a animales, es una figura tremenda y simbólica para el mundo cristiano. Jesucristo no es solo un ser divino, sino que, de acuerdo al relato bíblico, se hizo humano para llevar a cabo su tarea, una cuestión potente desde el relato y el significado.
Más allá de creer, o de tener lo que se denomina el don de la fe, la vida de Jesús es inmensa, desde el origen hasta su final: nació entre una modesta familia, perseguido y en el extranjero, y pereció condenado entre ladrones, acusado de faltas que no cometió.
¿Qué predicó? El amor entre los hombres, el perdón, valores casi siempre extraviados por los deseos y objetivos de nosotros los humanos. Muchos pensarán que el cristianismo y otras religiones, van a contramano de quienes somos en lo íntimo, es decir, ponen atajo, como las leyes, a los anhelos de sujetos que sin bordes, están dispuestos a cualquier cosa, tal como lo muestra la historia.
Investigadores como el chileno Humberto Maturana, sostienen algo distinto: que los niños nacen para colaborar, como la biología, pero se corrompen en el tiempo por acción de determinadas malas prácticas culturales.
Sea como fuere, muchos de los valores expresados aquí, son parte de un patrimonio inmaterial, milenario, una gran expresión de lo mejor de Occidente para el mundo. Porque las personas somos más que consumo, disputas ideológicas, odios y divisiones. Hay una sabiduría en las religiones que resulta difícil de leer, más en estos días de tiempos veloces, ajenos, individualistas y de enormes desconfianzas, que no tienen que ver con destinos, sino con aprendizajes algo más egoístas.
Meditar en un bebé nacido en un establo, nos obliga también a no esconder la mirada ante los cordones de pobreza de nuestras ciudades, las calles con los despojados, los enfermos, los viejos, los presos, todos aquellos invisibles. Es una ética conductora que permitirá que el otro emerja en nuestra existencia.
Es esto lo que puede hacernos encontrar, al menos por unos segundos, lo que es importante en este juego dinámico y de aventura, siempre con otros, que es la vida.