Primarias y democracia
¿Quién puede sentirse satisfecho con la escasa participación del domingo? Nadie, por cierto, porque es la propia ciudadanía y la participación la que sale derrotada. Es cierto que los partidos son grandes responsables del desencanto, pero no basta solo con quejarse y acusarlos. La ciudadanía movilizada, sin violencia y por los canales formales, puede tener poder.
Bien o mal los resultados de las primarias son definitivos, aunque el factor de bajísima participación, mucho menos de lo esperado, es evidente para obviarlo. Esto fue un golpe de realidad, después del activo evento del plebiscito del mes pasado.
Pero con la misma fuerza debe advertirse que la democracia sólo será fortalecida con más democracia, es decir, con el concurso de la ciudadanía movilizada en torno a los requerimientos e instituciones que este sistema -por imperfecto que sea- dispone.
Menos de 500.000 personas en el país sufragaron ayer en los distintos procesos abiertos para la elección de gobernadores regionales y alcaldes. Antofagasta, como es tradicional, tuvo una baja afluencia, lo que no es sorprendente considerando la historia electoral de los últimos procesos eleccionarios.
Los ganadores fueron, en la elección de la Unidad Constituyente para gobernador, el profesor Ricardo Díaz; en el proceso de Chile Vamos para el mismo cargo, el exintendente y abogado Marco Antonio Díaz; y en la votación de Chile Vamos para alcalde de la capital regional, el ingeniero Roberto Soto.
Lo positivo es que se trató de un proceso abierto transparente y relativamente informado; lo malo -como se detalló- es que da cierta impresión de que los eventos de primarias están o quedan demasiado determinados por el peso de los partidos y la organización que estos tengan para movilizar a sus partidarios en favor de un candidato.
Por la escasa magnitud de los votantes no queda la certeza que el debate de ideas sea el que llama a la población, sino apenas la coordinación activa del sistema de transporte. Y esto deslegitima un proceso que debiera ser profundamente ciudadano.
Esta es otra de las tantas paradojas que tiene el sistema.
El desafío para recuperar las confianzas es enorme, pero no debemos equivocarnos en el centro: el país, la región y nuestras ciudades deben seguir apostando por mecanismos democráticos para resolver los problemas; es la institucionalidad la que debe cuajar los diferendos que legítimamente existirán en las sociedades.
La democracia no es un sistema perfecto, tampoco es la norma. Por eso debe cuidarse y profundizarse.