No pocas veces se ha comentado que lo que ocurra o eventualmente ocurriese en China ha de tener efecto en otra parte del planeta Tierra. Es un clásico la historia de que si una mariposa vuela en la plaza de Tiananmén, Pekín, en occidente sí nos hemos de enterar, o hemos de saber que ello ocurrió, y que causará un efecto o bueno o malo, y ya es también costumbre de que se trata de algo que nos causa pesar.
Por estos días, en China habitan casi 1.400 millones de personas; podemos decimos de otro modo, en el planeta, un habitante de cada cinco es chino. Se explica entonces el grado de dependencia, tanto de ida y como de venida con el gran país oriental. La economía de un país no depende solo de su propia producción sino de lo que produce el país vecino, un país del mismo continente o uno de un continente lejano como es nuestro caso.
Nuestros productos tardan desde un puerto chileno hasta un puerto chino, en promedio, 25 a 28 días. Un buen ejemplo y más preciso, un cargamento rápido de cerezas chilenas, desde San Antonio a Guangzhou, tarda 22 días.
De igual manera, los productos de procedencia china que ya abarrotan variadas tiendas de Chile demoran similar tiempo en arribar a nuestro mercado.
Y esta vez no fue una mariposa, fue un… En fin, del origen o causante hay, habrá muchas tesis, y no sé si habrá pruebas. A estas alturas, da lo mismo. Fue. Y en cuestión de horas, de días, primero como espectadores atónitos, no salíamos del asombro ante el número de personas contagiadas, ante la potencialidad de muertos, ante la rápida construcción de hospitales, ante la robotización en la atención de los pacientes,…
Y, pasaron los días, de la cautela a tibias planificaciones, y llegó a occidente, con una simultaneidad abismante. Que Europa, y allí Italia, España, Francia, Alemania, en mayor medida; que América, y aquí Ecuador, Perú, Argentina,… ¡Chile!, era que no. Y, junto con el término de las vacaciones, en pocos días, la fase 1, la 2, la 3, la ¡4!, ¡pandemia!, y la curva se empina, junto con medidas de cuarentena graduadas, que ya toman harta rigidez.
¿Saldremos de esta? ¡Sí! Malheridos, pero saldremos. Y la humanidad, el planeta habrá de recomponerse, sus habitantes habremos de aprender de este mal paso.
El efecto péndulo. ¡Acción, reacción! Se habrá de instalar un nuevo modelo. La humanidad, todos y todas, habremos de superar nuestras contradicciones y tendremos que buscar nuevas formas de comportamiento, de convivencia política, social, cultural y económica. Hipotetizo un gran cambio. Esto no será gratis. El mundo será diferente, la humanidad será otra. Al superar esta crisis no regresaremos al mundo pasado, iniciaremos un nuevo modelo de vida.
Salud pública v/s individualismo altruista
Milton Terris, médico y epidemiólogo estadounidense, definió la Salud Pública como "la ciencia y el arte de prevenir las dolencias y las discapacidades, prolongar la vida y fomentar la salud (…) mediante esfuerzos organizados de la comunidad para sanear el medio ambiente, educar al individuo en los principios de la higiene personal, así como desarrollar la maquinaria social que asegure a cada miembro de la comunidad un nivel de vida adecuado para el mantenimiento de la salud".
La pandemia del COVID-19 ha evidenciado un contraste entre "individualismo altruista" y "altruismo". Es del todo preocupante cuando percibimos la liviandad de las personas al momento de abordar la crisis sanitaria que afecta a nuestro país, lo que evidencia la ausencia de un sentido de comunidad, de altruismo y solidaridad colectiva, asentadas en la prevalencia de modelos sociopolíticos imperantes a nivel mundial que enfatizan dicho individualismo, concepto del sociólogo Ulrich Beck, en donde " lo bueno" se define desde los propios intereses del individuo, obviando cómo pueden verse beneficiados o perjudicados sus semejantes con la concepción individual de lo que "es bueno". Por otra parte, observamos ciudadanos auténticamente altruistas, y por ende, con conciencia de la existencia de un otro. En ese contexto, los esfuerzos organizados de la comunidad para sanear al medio ambiente y combatir la pandemia, no pueden ser opacados por acciones que van en su detrimento y que es lo que observamos a diario en algunos ciudadanos.
La crisis sanitaria plantea un desafío para los servicios de salud, en pos de asegurar mayor accesibilidad (acceso para toda la población, sin exclusión), aceptabilidad (que los servicios de salud sean dignos en atención e infraestructura) y disponibilidad (infraestructura y cantidad adecuada de establecimientos de salud) para la población. Este camino debe ser gradual, pero requiere ser atendido con urgencia dada la oportunidad que brinda esta terrible pandemia, probablemente con mayor gasto en salud y la importancia que en ello se atribuye a estudios epidemiológicos sistemáticos. Así, podemos asegurar el desarrollo de una maquinaria social que asegura, al menos, el desarrollo de acciones de prevención, promoción y restauración de la salud en términos adecuados.
Una estrategia básica para combatir el "individualismo altruista", es que las autoridades gubernamentales personifiquen la higiene personal y hábitos de cuidado, mediante la utilización de elementos de protección al momento de brindar una conferencia de prensa. Es válido educar a la población, en forma somera, a través de lo simbólico. En sociología es común hablar del "capital simbólico", es decir, del efecto que pueden generar actitudes o elementos a que están a la vista, cuando se utilizan de forma provechosa; pues bien, pongámoslo en práctica. El ciudadano, de alguna forma, espera que lo simbólico esté representado en la autoridad, más allá de la explicación técnica de cuando se debe usar o no una mascarilla.
¡Hoy es el momento de la salud pública!; de un modelo que apueste por mayor solidaridad, conservación y cuidado de la salud y derrote los individualismos. Pero es una responsabilidad social compartida, de ciudadanos y del Estado.
Raúl Caamaño Matamala
Profesor Universidad Católica de Temuco
Alberto Torres Belma
Sociólogo y Académico de la Universidad de Antofagasta