Sudor y lágrimas en El Ancla: relato de un periodista en la dura carrera
DESAFÍO. La tradicional prueba, que se realiza desde 1936, me exigió al máximo, tanto mental, como físicamente.
Los 25 grados de temperatura y la empinada ladera del cerro, que en algunos tramos tiene una pendiente de 45 grados, anunciaban que sería una tarea difícil, sobro todo para un deportista de "fines de semana", como yo.
Y así fue. Mi primera particapción en la Ascensión al Cerro El Ancla fue exigente de principio a fin, no sólo para mí, sino que para los 40 corredores de mi categoría: todo competidor varones.
A las 12 horas comenzaba la competencia, y como mi intensión era precalentar, arribé 40 minutos antes al lugar de partida (calles Oviedo Cavada y Buenos Aires). Ya en el sector, el calor no pasaba inadvertido para los participantes, quienes intentaban calmarlo con agua y naranjas.
En ese rato, aproveché de dialogar con el profesor Ricardo Sepúlveda, quien me comentaba los próximos desafíos de su nieta y alumna de karate, Martina Álvarez (campeona nacional). A los pocos instantes, comencé a oír por el altoparlante la cuenta regresiva para la partida y rápidamente me uní al pelotón.
Corrida
Con euforia comenzamos a correr desde Oviedo Cavada con Buenos Aires en dirección a calle México para asegurar los primeros lugares.
Con un trote a ritmo medio, trataba de mantenerme en el grupo de avanzada, aunque era complicado porque el sol pegaba muy fuerte y el cuerpo lo sentía. Ya por calle Llanquihue, el pelotón se empezó a separar, pero yo iba estoico en el décimo lugar.
Desde las veredas, los vecinos entregaban su apoyo con gritos: ¡Vamos, tu puedes! escuché varias veces, aliento que recibía de muy buena forma. Me sentía como participando en la Maratón de Boston.
Sin embargo toda esa ilusión decayó abruptamente cuando llegué a la escalera denominada por los pobladores como "Camino al Cielo", ubicada a una o dos cuadras de la Plaza Matta. Era tan larga, que no la puse subir trotando, y cuando llegué al final, tenía mínimo aliento.
Agua
Allí había un par de vecinos que seguían alentando y ofreciendo agua. Tenía tanta sed que no dudé en consumir y de forma desesperada.
Pero el sufrimiento continuaba. La calle Timonel Vargas era muy empinada y sentía que mis piernas iban a explotar del dolor por el esfuerzo físico. Entonces, nuevamente los pobladores salieron al rescate, y sin aviso comenzaron a tirarme agua. seguramente veían el cansancio en mi rostro.
A esa altura de la competencia pensé en rendirme, pero mis deseos de llegar a la meta pudieron más y seguí. No obstante, aún quedaba lo más complicado.
Ya ingresando por la calle Alfonso Meléndez a la falda del cerro El Ancla, los vecinos, que en su mayoría eran colombianos, salieron de sus casas para entregar más apoyo y agua. Uno de ellos se acercó y me dijo: ¡Vamos parse, usted es fuerte!
La subida final a la colina fue lo peor. Los 270 metros de piedras, tierra y un camino con una pendiente muy inclinada, me obligaron a ir parando y descansando.
Mientras hacía aquello, los competidores comenzaron a pasarme. Con rabia veía como avanzaban, incluidos unos pequeños niños junto a su padre. En un momento los dedos de los pies no me respondían y las piernas se me tornaron demasiados tensas.
Subía de 10 pasos. El calorera insoportable. ¡Por favor Dios ayúdame! repetía en voz baja. Entonces, extrañamente, el cielo se nubló y la temperatura descendió.
Esto me dio la energía necesaria para el tramo final. En ese minuto entendí que todo esfuerzo tiene su recompensa, porque la vista de Antofagasta era hermosa e inigualable.
Descenso
Seguí por el camino hasta la bandera chilena y comencé a descender. Al principio todo iba bien, pero luego empezaron los resbalones y golpes. Mi ropa a esas alturas estaba llena de tierra y mi rostro rojo por el cansancio y el sol.
En la bajada sobrepasé a uno de los competidores, dando un salto muy arriesgado. Pese a ello, otro participante apodado el "Cara de loco" tomó un segundo aire y me adelantó. Toda la carrera fue detrás de mí, y en los metros finales me superó. Nuevamente sentí rabia.
Finalmente logré completar el extenuante circuito del cerro y con el aliento del público, llegué a la meta de calle Buenos Aires. Allí me esperaba el entrenador de karate, Ricardo Sepúlveda (con el que hablé al principio) y quien me hizo sentir su preocupación por el hecho de que no llegaba.
Algunos compañeros de trabajo también estaban ahí y me felicitaron, pero al mismo tiempo bromeaban con mi actuación. Esperaban que terminara la carrera en los primeros lugares por lo bien que lo estaba haciendo en el inicio, cuando la carrera era en superficie plana.
Luego me junté con mi familia que me vino a ver desde Rancagua y nos trasladamos a Mejillones. Les conté que fue una experiencia inolvidable y que lo volvería a hacer, pero con mayor preparación.
25 grados de temperatura se sintieron aquel día en la ascensión. Incluso a un participante le dio shock térmico.
270 metros de altura es lo que mide el cerro El Ancla. La vista de Antofagasta desde arriba es inigualable.