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¿Democracia en crisis?

Dra. Francis Espinoza F. Académica UCN
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El medio Los Angeles Times se refiere al 2024 como el año decisivo para la subsistencia de la democracia en Estados Unidos (Gregorio A. Meraz, 31/10/2021), debido al avance del Partido Republicano en las elecciones de los municipios y gobernaciones, la caída de aprobación del Presidente Joe Biden (de 57% en mayo a 45.1% en septiembre), y la idea poco realista del robo de la elección por parte de ex Presidente Donald Trump. A esto debe sumarse, el informe de los demócratas de la Comisión Judicial del Senado que planteó hace un par de semanas que Trump intentó nueve veces que su Departamento de Justicia anulara las votaciones. A esto último, la BBC la llamó 'la arriesgada jugada política de Trump para voltear los resultados de las elecciones' (Anthony Zurcher, 20/11/2020). Sin embargo, la academia estadounidense y la opinión pública en general la han denominado abiertamente un coup d'etat (golpe de estado).

La problemática fundamental en una de las democracias capitalistas más significativas es que el límite entre la autonomía de los poderes del Estado es sublime y un exceso de presidencialismo, ya sea 'auto-infringido' o a través de todo un sistema normativo, hace reflexionar sobre qué tan democrática es la democracia que experimentamos en Occidente. Si bien la actual constitución es clara en la separación de los poderes, según Soto Velasco (2018), la separación de éstos constituye "un principio regularmente invocado pero carente de un entendimiento común". La presencia de un Estado regulador, la consolidación de los regímenes presidenciales y parlamentarios y la manifestación institucionalizada de los partidos políticos fueron constituyendo las vertientes principales de lo que Soto Velasco (2018) denomina "la emancipación de la separación de los poderes". Por lo tanto, en un Estado más actual, la autonomía estaría más justificada por la necesidad de distribuir las funciones entre los diversos órganos estatales y evitar la concentración del poder, dado que esto podría dar origen a sistemas autocráticos o totalitarios.

Sin embargo, la democracia no sólo hace agua por la compleja autonomía de los poderes, casos de vacíos legales hacen que un personaje como Rojas Vade, incurriendo en profundas situaciones fraudulentas, siga recibiendo su sueldo de más de dos millones de pesos mensuales sin trabajar ya como un constituyente elegido. Claro, también habría que denunciar una y otra vez los delitos de 'cuello y corbata' y a los intocables de siempre. En esto último, un excesivo uso y abuso de lo normativo nos hace pensar que 'hecha la ley, hecha la trampa'. Una preponderancia de una nomocracia, entendida ésta como la supremacía del Estado de Derecho, nos hace cuestionarnos si lo normativo precede a lo político. George Jellinek (1999) plantea que lo político determina lo constitutivo del Estado, y lo jurídico sólo representa las funciones de éste, no el principio ni el fin de la democracia.

El populismo es ya el síntoma final de las crisis democráticas, pues como señala Anne Applebaum (2021), las democracias latinoamericanas son altamente asediadas por este cáncer que erosiona la institucionalidad hasta dejarla frágil. Un liderazgo populista enferma a la población y la llena de traumas y ansiedades políticas. Tenemos claros ejemplos como Jair Bolsonaro en Brasil, Donald Trump en Estados Unidos y el Primer Ministro de Hungría Viktor Orbán, sólo por mencionar algunos. Los gobiernos empiezan a atacar a los medios de comunicación, van polarizando la sociedad a través del menosprecio de la gente que se opone a la ideología de turno, luego van debilitando las instituciones y todo su aparataje estructural y, finalmente, se sirven de los resultados electorales (algunas veces engañosos) para dar legitimidad a estas 'dictaduras democráticas' (Steve Levitsky y Daniel Ziblatt, 2018).

Jacques Rancière en su texto El Odio a la Democracia dice que "…Todo Estado es oligárquico" (2012: 103), y que el aparato público no es lo mismo que las expresiones democráticas, pues lo público acapara la esfera común y la despolitiza, en cambio lo democrático construye la esfera pública no estatal, y se constituye como una 'República de la multitud', una democracia no representativa y extraparlamentaria (Paolo Virno, 2003). Por ende, el deterioro de las democracias se produce desde lo que Antonio Gramsci llamaría 'destruir el sistema por dentro' (1929-1935). Los malos gobiernos, los parlamentos erróneamente ideologizados y la institucionalidad débil son el caldo de cultivo para destruir nuestros sistemas democráticos.

"En un Estado más actual, la autonomía estaría más justificada por la necesidad de distribuir las funciones entre los diversos órganos estatales y evitar la concentración del poder, dado que esto podría dar origen a sistemas autocráticos o totalitarios".