Con ecos del Mictlán
Cada año, al acercarse noviembre, en muchos hogares mexicanos (dentro y fuera de las fronteras de nuestro país) se inician los preparativos para una tradición que nos distingue en todo el mundo (declarada Patrimonio Cultural Inmaterial, desde 2003). La celebración del "Día de Muertos" es un importante ritual que aprendemos desde la infancia cuando, en familia, preparamos un lugar especial para esperar el regreso de las almas de quienes amamos, que vuelven del Mictlán, el mundo de los muertos.
Poner una ofrenda es una experiencia de gran valor familiar, donde destacan las imágenes de quienes ya están en otro plano existencial, y cuya memoria nos acompaña al integrar cada elemento de eso que les ofrecemos como muestra de amor y bienvenida: la "flor de muerto" o cempasúchitl, con su color distintivo de esta temporada; las velas (que alumbran el camino); el incienso o copal; el "Pan de muerto" que sólo se prepara en esta época del año, con sus adornos alusivos al ciclo de la vida y la muerte, a los huesos y las lágrimas; y, claro, el característico papel picado. En las ofrendas también se colocan alimentos que eran preferidos por nuestros muertos: mole, tamales, fruta; agua y bebidas como atole, mezcal, tequila, cerveza... Además, en algunas se colocan objetos (como juguetes, para los niños).
Esta tradición se ha difundido a través de diversas cintas, entre ellas "El libro de la vida" (Del Toro, 2014) y "Spectre 007" (Mendes, 2015). Aunque la visión presentada en "Coco" (Unkrich, 2017) merece mención aparte, ya que ha permitido que mucha gente tenga una comprensión más cercana al sentido profundo de esta celebración de nuestro México. (En Chile, por ejemplo, esta cinta rompió récord de exhibición y asistencia en las salas; y sus personajes y canciones aún forman parte del gusto de niños y adultos.)
Lo cierto es que, mediante ese espacio colorido y simbólico que se dedica cada año en el hogar, se da continuidad a una tradición y se abre la puerta a un nuevo encuentro: la fiesta en la que celebramos, agradecemos y recordamos la vida, eterna vida, de nuestros muertos.
Por Ericka Castellanos Moreno, filóloga clásica