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Vivieron el drama de la calle y ahora cuentan con orgullo su nueva vida

APOYO. Ocho meses de confinamiento cumplió un grupo de usuarios del albergue San José, quienes participan en cursos finanzas, elaboración de huertos y pintura.
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Redacción

El 28 de abril será una fecha difícil de olvidar en sus vidas. Ese día, cuando la pandemia recién mostraba sus primeros estragos, 20 personas en situación de calle ingresaron por cuatro meses al albergue San José de Antofagasta, uno de los tres recintos de invierno habilitados en la región.

En un principio, las expectativas no eran muchas para ellos, salvo de tener un lugar digno y seguro para escapar del frío. Todos seres anónimos para la sociedad, que lentamente vieron pasar los días y meses, en una historia cargada de sentimientos que se prolongará hasta el 15 de enero de 2021.

Algunos ya se fueron y otros permanecen desde el primer día en el lugar (ocho meses), incólumes al paso del tiempo y con las ganas de dar vuelta la mano al destino, a pesar que la mayoría compartía problemas de adicción a las drogas y el alcohol.

"Al margen de protegerlos del invierno y el coronavirus, si al final logramos rescatar a una sola persona de la calle (ya son siete), nos damos por pagados, porque le cambiamos su vida", decía en abril el seremi de Desarrollo Social y Familia, Patricio Martínez, al explicar otra arista social del recinto que es financiado por el ministerio y ejecutado por la Fundación Tabor.

Así, los talleres de educación financiera, de pintura, elaboración de huertos urbanos y hasta charlas para acceder a subsidios de arriendo marcaron nuevas metas y esperanzas.

El "sí, se puede", hace bastante tiempo es una consigna en el recinto de Pedro Aguirre Cerda Nº 9479 de Antofagasta. Estas siete personas entregan un ejemplo de superación personal y nos cuentan con orgullo sus historias, ésas que tan guardadas tienen en su corazón.

Víctor Herrera P. (51 años)

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Una profunda depresión tras la muerte de su madre lo llevó a la calle. Hasta antes de este hecho, vivía en Mialqui (al interior de Ovalle, Región de Coquimbo), después se quedó sin casa y desde ahí comenzó un punto de no retorno al llegar a Antofagasta, sumado a problemas de audición y al consumo de alcohol. Estuvo casi un año y medio viviendo en las plazas cercanas al sector Gran Avenida y el Liceo Industrial, y cuando tenía algo de dinero arrendaba una pieza para escapar del frío y de los rigores de la noche. Actualmente, no tiene ningún contacto con familiares y su único horizonte es conseguir un trabajo para vivir en forma digna cuando egrese del albergue.

Claudio Rivera B. (57 años)

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"Estuve dos años y medio en la calle debido a un problema familiar (asesinaron a su nieto) y esto detonó mi consumo de pasta de cocaína. Desde ahí perdí el respeto hacia mí y los demás, pues se olvidan los valores y hay que buscar ayuda. Vivir en la calle es duro y la gente ni se imagina lo que es dormir con miedo. Aquí voy a cumplir 8 meses y necesitaba este encierro, con gente buena y con la gran labor realizada por la hermana Lilian Tapia. Quiero demostrar que la rehabilitación es posible y cuando sea el 15 de enero saldré a cambiar mi vida. Soy conductor profesional y ahora volveré a trabajar, además de recuperar a mi familia".

Luis Arenas C. (41 años)

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"Estuve siete años en la calle y preferí vivir así para no dañar a mi familia, ya que tenía problemas con el consumo de alcohol. Trabajaba cuidando vehículos y cosas así. La calle es dura, uno está solo, te acuerdas de tu familia, de todo. Por eso cuando llegué al albergue, al principio, fue difícil porque tenía la costumbre de no dormir en la noche. Sin embargo, he salido adelante gracias a nuestros formadores, estando aquí saqué mi cuarto medio, y ahora estoy estudiando Administración de Empresas, además de mantener contacto con mi hija. Gracias al Señor, un amigo ya me ofreció un trabajo en un restorán".

José Oviedo G. (49 años)

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"Soy de Santiago, mis padres me brindaron una buena educación y por un tema de trabajo llegué a Antofagasta (su profesión es electromecánico). Tuve un problema familiar y lamentablemente no tomé buenas decisiones. Aquí conocí la cocaína y después la pasta base, y ahí me puse irresponsable y me fui a pique, hasta llegar a la calle… fueron años en que no tuve contacto con mi familia. Mis malas decisiones me privaron de mi libertad y en este tiempo murió mi padre. Por eso, quiero dar las gracias a este programa, porque ahora soy otra persona y voy a recuperar a mi familia que me está esperando. Cuando tenga esta sanación personal y cure mis heridas, volveré a trabajar en lo que es mi profesión".

Pedro Peña I. (53 años)

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"Quiero decirle a la gente que las personas en situación de calle no somos un estigma en este país, al contrario, podemos lograr muchas cosas y este albergue es un buen ejemplo de ello. Tenía un buen pasar, trabajaba bien, pero de repente me encontré viviendo en la calle y con problemas de adicciones a la droga… Estuve un año así, y aquí estoy ahora, bien, recuperado. He cumplido todas mis metas, egresé hace algunos días del albergue, estoy arrendando un departamento y trabajando, gracias a la oportunidad que me dieron y buscando siempre las redes de apoyo. Nunca hay que devolverse atrás y quiero agradecer a los formadores porque han sido un pilar para concretar mis nuevos desafíos. Todo se puede en la vida, todo".

Juan Ramírez F. (65 años)

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Don Juan Ramírez es el decano del albergue y quien ha hecho de la calle su hogar durante 15 años. En los últimos años, gran parte de su vida ha transcurrido en el borde costero del sector norte de la ciudad, donde vive con su pareja. Hasta antes de llegar el albergue, en el día trabajaba cuidando autos y en la noche llegaba a dormir a la playa, su hogar durante todo este tiempo obviamente fue muy duro. Admite que su situación económica es compleja y que ahora lo único que quiere es vivir tranquilo, ya que tiene diabetes y problemas en una de sus piernas, por lo que usa muletas. "Cuando salga de aquí, quiero arrendar una pieza y seguir trabajando en lo mío, pero ya no quiero vivir en la calle".

El beneficio colateral

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Dentro de todas las dificultades y pérdidas que nos ha dejado la pandemia, es necesario hacer un alto y rescatar lo positivo que hemos vivido desde nuestros programas dirigidos a las personas en situación de calle y que, al igual que toda la población, ha estado largo tiempo confinada en nuestros albergues de la región.

Se trata de una población altamente expuesta al covid-19 porque, muchas veces, cuentan con acceso restringido a servicios básicos como agua potable y por la presencia de enfermedades crónicas y de base que no han sido tratadas. Por esto, nuestra prioridad en marzo fue reestructurar con la mayor urgencia nuestro plan de invierno y así proteger la vida de los más vulnerables.

Duplicamos el presupuesto y la cantidad de albergues, disminuyendo el aforo para evitar contagios, implementamos estrictos protocolos sanitarios y pasamos de la modalidad de alojamiento nocturno a la de residencia 24/7. Además, adelantamos la apertura de albergues y, de forma inédita, hemos extendido el funcionamiento de los mismos hasta parte del verano.

Así, muchos de quienes antes eran usuarios(as) "flotantes" de nuestros programas, hoy se acercan a los ocho meses viviendo protegidos(as) y en condiciones de dignidad.

Lo que ha ocurrido en estos meses de encierro es sorprendente. La permanencia prolongada ha permitido realizar intervenciones psicosociales continuas y de mayor impacto: capacitación financiera y laboral a través de talleres, reentrenamiento de las habilidades sociales a través de la convivencia con otros, tratamiento de enfermedades propias de la cruda vida en la calle y del consumo problemático de alcohol y drogas.

Gracias al trabajo de los equipos responsables y, principalmente, la voluntad y convicción de superación de los(as) propios(as) residentes, hemos visto una transformación. Rápidamente regresa a ellos y ellas la esperanza de una vida mejor.

Por cierto que no podemos decir misión cumplida. La superación de la situación de calle es un camino largo y lleno de obstáculos. Nuestro compromiso como Gobierno es seguir acompañando el proceso, ahora con el enorme incentivo de estos ejemplos y el apoyo y entrega de las organizaciones de la sociedad civil y los funcionarios ministeriales.

Sebastián Villarreal y

Patricio Martínez,

Subsecretario de Servicios

Sociales y Seremi de

Desarrollo Social y Familia