El 13 de diciembre de Andrés Sabella
Hermana Elsa Abud dice:"Antofagasta principia en una huella"…, "en la ciudad donde el sol canta desnudo", y el mar arrulla, desafía y llama, nació este caminante de las horas. Llega hasta él un reverbero de luz, un bello signo de arenas muy nuestras llagadas de sal. Acalla su llanto de recién nacido, una canción de caracolas: es el Mar, la antigua ruta de un Sabella de Florencia que emigró a Jerusalem y la ruta de otro Sabella adolescente que emprende largo viaje desde Jerusalem y arroja el anchal de su ilusión en nuestra costa. El Mar hace posible esta herencia de esplendor florentino y de ciudad de paz en nuestra huella
"¡Madre! ¡Madre!
Llévame a esa aldea
Donde vive
El árbol lleno de manos.
Yo quiero saludar la Tierra.
Yo quiero detener
Al niño que va escapándoseme
Adentro de los huesos"
Andrés dice: Nací el 13 de diciembre de 1912. Mi madre se llamaba Carmela Gálvez Tello dama copiapina. Mi padre, Andrés Sabella Signora, palestino, nacido en Jerusalem. Papá conoció a mamá en Copiapó, mientras él realizaba labores de comerciante. Padre trabajó arduamente y cuando reunió lo necesario, pidió matrimonio a mamá. Se radicaron en Antofagasta.
El día de mi nacimiento se pidió en forma especial la ayuda de San Expedito para favorecer el parto. Por eso, al bautizarme, me llamaron Andrés Simón Expedito Florentino, como mi padre, mi tío, el Santo protector y el lugar de origen de mi padre.
No tengo grandes recuerdos de mamá. La recuerdo como "un fantasma delicioso, de quien no conservo sino una bella imagen fugaz.". Recuerdo que, cada vez que salíamos de casa en calle 14 de febrero, me pedía que saludara al pimiento que ella plantó, porque "ese pimiento era mi hermano". También recuerdo que todos los días, pasado el mediodía, íbamos hasta la esquina de calle Prat a esperar a papá, quien venía de la joyería Americana, su trabajo, y que habitualmente traía frutas. Un día, al llegar a la esquina, veo en el horizonte, una raya azul que se movía: "Mamá, ¿qué es eso azul allá lejos, que se mueve?" "Pero, niño. ¡Eso es el Mar!" Y así, mamá me presentó uno de mis amores: el Mar.
Era un niño feliz, rodeado de cariño, juguetes, atenciones. Pero… recuerdo que una mañana de domingo de enero de 1920, mi padre me dijo "Nos hemos quedado solos en la tierra" y todo se oscureció. ¡Era un niño feliz, pero ese día dejé de serlo!
Pienso en mi padre y lo veo en su modestia y en su tierna condición de hombre empeñado en enseñarme a vivir dentro de lo que era, para su conciencia, la primera regla: "la de ser un hombre de paz". Tal fue su enseñanza. ¿Cómo olvidar las tardes en que el padre, ante el Mar, nos sentaba en sus rodillas e iba contándonos que el Tiempo no desalojó de la memoria?
Mi infancia se quedó vestida de marinero, en la dulzura de los días que doraba el crepúsculo del Norte.
Hoy cumplo años. Lo escribo, no para que me obsequien, saluden o festejen. Lo hago, pensando en la fecha: 13 de diciembre. Es un número que podría inducir a muchos a llenarlo de tinieblas, argumentando en su contra que es "número fatal". Para mí, el trece es un número mágico, que reúne trece estrellas en mi copa, trece dones de Duende Mágico, trece sonrisas que iluminan mi vida, en fin, trece maravillas que saludo con mi corazón.
Raúl Iturra Falcka pregunta:
"-Quién ha visto hoy a Andrés?
-Yo. Hacía bailar un trompo para el hijo de su vecino.
-¿Dónde estará esta noche, Andrés?
-Cazando estrellas en mi vino.
-Pero, también lo he visto desfilando
con un pez rojo entre los labios.
Iba cantando los cantos sabios".