"Admiro el temple de la mujer pampina"
ANTOFAGASTINIDAD. Nancy Montenegro Toledo, arqueóloga.
Luego de cuatro décadas de labor en el Museo Regional de Antofagasta, la arqueóloga Nancy Montenegro Toledo disfruta el tiempo con su familia, en especial con sus nietos, a quienes "adora".
Aunque desde este año ya no está trabajando "formalmente", advierte que no está "retirada", pues sigue ligada a algunos proyectos en su área.
Montenegro sintió desde pequeña el interés por el patrimonio y la historia, estimulada por una profesora y por su madre, quien llegó de Valdivia a las salitreras.
Aunque nació en Antofagasta, usted proviene de una familia de Chuquicamata, ¿qué ha significado eso en su forma de ver la vida?
- Mi padre trabajó mucho tiempo en Chuquicamata y mis cinco hermanos mayores nacieron allá. Luego mi madre se vino a Antofagasta y acá nacimos los dos hijos menores. Pero mi papá continuó trabajando en Chuqui, de tal manera que en vacaciones escolares viajábamos allá. Recuerdo las grandes diferencias sociales que existían entre los trabajadores y sus familias versus los "gringos" y sus familias.
En ese tiempo las condiciones de vida eran muy diferentes. En mi casa no había calefón, por tanto bañarse, lavar y cocinar era una odisea. El agua en invierno salía congelada de la llave, el viento a veces volaba las calaminas del techo.
¿Cómo fue su infancia, dónde la pasó y qué recuerdos atesora de esa época?
- En Antofagasta vivíamos en el Pasaje Pejean (entre Orella y 21 de Mayo) al lado del Hospital. Eran varias casas con familias muy numerosas, cada una con varios hijos y casi todos de las mismas edades. Como era un pasaje, no pasaban vehículos y salíamos a jugar todos a la calle sin riesgos. Éramos todos amigos partiendo por las mamás. Ante la mirada vigilante de ellas, las niñas jugábamos a la payaya, el cordel, a pillarse, a la escondida y a las muñecas, y los niños a las bolitas, al fútbol. Después nos cambiamos a la población Gran Vía, y aquí he vivido hasta hoy.
¿Por qué decide dedicarse a la arqueología?
- Mi curiosidad comienza en mi infancia cuando íbamos a San Pedro de Atacama con mi familia y conocí el Museo y al Padre Gustavo Le Paige. Luego cuando estaba en 3° o 4° medio mi profesora jefe y mi madre, que sabía de todo, me hablaron de la Antropología y la Arqueologia. Ahí me comenzó a inquietar y a gustar el tema, y cuando di la prueba, postulé y entré a estudiar Antropología con mención en Arqueología en la Universidad del Norte de Antofagasta. Ese año fue el golpe de estado y cambiaron la orientación de la carrera dejándola solo como Arqueología. Hasta hoy ha sido la elección de mi vida, día a día me doy cuenta que mi trabajo lo he disfrutado al máximo, tanto en el periodo en que trabajé en el Museo (1980 a 2019) como hasta hoy.
¿Qué sensaciones experimenta cuando descubre o estudia algo que tiene miles de años?
- Para mí es muy importante estudiar sociedades y comunidades que han vivido en el pasado, que sin los adelantos tecnológicos ni la organización social actual, enfrentaron adversidades climáticas y paisajísticas. Ponerme en el lugar y época en que vivieron estas comunidades, cómo enfrentaron este medio ambiente y se adaptaron a él, y el legado que nos dejaron, es fascinante.
¿Qué opina sobre la protección que se entrega al patrimonio?
- Para mí siempre ha sido un tema muy sensible, ya que encuentro que falta mucha conciencia y educación sobre la protección, conservación y respeto por nuestro patrimonio cultural, a todo nivel, desde las autoridades hasta la ciudadanía en general. Se ha perdido valioso patrimonio por falta de preocupación y valoración, por ejemplo, hemos perdido patrimonio histórico de edificios de gran valor, sitios arqueológicos que han sido arrasados por la construcción de las avenidas del borde costero. Creo que estamos al debe y es por falta educación.
¿Cuál es su lugar favorito de la región, por qué?
- El mar y el desierto. El desierto para mí tiene una magia donde se mezclan una variedad de colores. Me maravilla con sus distintas tonalidades, el silencio y los remolinos que danzan con el viento. El mar también, especialmente durante la puesta de sol en Antofagasta, muestra muchas veces una gran gama de colores.
¿Cuál ha sido la mayor felicidad y la mayor tristeza de su vida?
-La mayor felicidad han sido mis tres hijos, a quienes prácticamente crié sola, y mis dos nietos, a los cuales adoro y disfruto mucho. Y la mayor tristeza ha sido la pérdida de mi madre, que siempre fue mi apoyo, mi amiga y confidente, y hace algunos meses el fallecimiento de mi hermano y compañero.
¿A quién o quiénes admiras?
- Admiro el temple de la mujer de la prehistoria y la "pampina", quienes fueron capaces de vivir en este paisaje con las temperaturas más extremas en 24 horas, con escasez de agua. En lo profesional admiro a quien fue mi Maestra, la etnohistoriadora danesa, Bente Bittmann (Q.E.P.D.).