Torranteando
"Y en la triste pieza de mis buenos viejos/Cantó la pobreza su canción de invierno"… El verso de la apología del tango, estremecía a mis abuelos. Mi padre, apretaba los puños y mordía su rabia. Y desde esas estrecheces, nació la rebeldía que correrá por mis venas hasta el día inevitable de mi partida. Como yo, muchos de mis compañeros de la olvidada Escuela Nº 12, compartíamos la modestia de una Antofagasta que -en los años 50- languidecía.
Así fue que nos acostumbramos a los rigores.
Por eso, encaramos las dificultades sabiendo que las superaríamos. Como reiteraba el abuelo, sabio hasta la resignación: "Vivir sin sufrir, no es vivir".
Compartir la cama, "durmiendo para los pies", cuando la familia crecía con las visitas inesperadas, que clamaban asilo a la puerta de mi casa, era cosa frecuente. Familiares o no, se les recibía sin objeciones. La solidaridad asomaba sincera y dispuesta. Y el sueño nos vencía y vencía -de paso- la falta de comodidades.
Y en las vueltas de la vida, cambiaron los escenarios pero la solidaridad fue la misma. Con los changos, pude compartir un hueco en la arena, para acomodar el huiro canutillo y hacer la "pallasa", para reposar las fatigas de la diaria faena en la playa. La fogata, hecha con troncos de "copao" y huiro "cachos de venado", brindaba calor y el humo necesario para corretear zancudos y jerjeles. Al alba, la "choca" hirviente nos abrigaba lo suficiente para soportar las aguas de junio y julio. Época de vida como "atorrante", para parar la olla en casa. A bordo, con tripulantes de los remolcadores "Kathe" y "Berta", compartí en mi infancia, sacos vacíos de carbón para dormir, al calorcillo acogedor de las calderas y mecido por el vaivén de las olas. Lejos de mis viejos, en la modestia copiapina, el piso de tablas de pino de Oregón de "mi otra casa" -en Rodríguez 250- fue el colchón que cobijó mis sueños de tiempos mejores.
Me convenzo: En aquellos tiempos de estrecheces, cada vez que "me pegué un torrantazo", dormí soñando con que el futuro sería venturoso… ¿Me habré equivocado?
Jaime N. Alvarado García. Profesor Normalista - Periodista