Jóvenes, legitimidad y participación
El debate debe entrar ahora en una hora más racional, pero eso no puede significar la desmovilización, sino la inclusión formal del máximo posible de la ciudadanía. El objetivo de la paz social, notoriamente extraviada, se conseguirá con un nuevo pacto, cuyo símbolo puede ser la Constitución, pero es más que eso.
El último año nos ha mostrado un protagonismo intenso de los segmentos jóvenes: el grueso de las protestas fueron realizadas por ellos, lo que se repitió en el reciente proceso plebiscitario, donde también registraron una participación sobresaliente.
El asunto es bien extraordinario porque este tramo etáreo, hasta los 25 o 30 años, era apreciado como un cúmulo de ciudadanos apáticos, lejanos a la política, imbuidos en las redes y altamente individualistas. Es probable que lo sigan siendo, pero pocos esperaban su activa movilización y lectura crítica del pasado y el presente, a pesar de que en una primera impresión, sean, objetivamente, uno de los segmentos más privilegiados en la historia nacional.
A saber: un millón 200 mil están en educación superior y en general están beneficiados por todos los logros económicos conseguidos por las generaciones anteriores. Sin embargo, han liderado una movilización gigantesca que está sacudiendo una democracia que ya se acerca a las tres décadas y que parece cerrar una etapa relevante con el final casi completo de la transición a la democracia.
El escenario puede resultar una paradoja, pero hay cuestiones que podrían explicarlo.
En resumen, la fuerza de este grupo es el que ha sostenido los cambios, lo cual se ha cimentado, hasta ahora, debe decirse, en una potente emocionalidad. No obstante, ya elegido el camino institucional, lo obvio es que tal trabajo ahora sea desarrollado con más racionalidad. Y el problema es mucho mayor que la distinción de ánimos, pues bien cabría la equivocada idea de muchos de desmovilizar a los jóvenes y cerrar los acuerdos exclusivamente al interior de la entidad que debutará el próximo año.
Eso sería un error. Esta crisis es una tremenda oportunidad para iniciar una conversación que involucre a una mayoría para que dé legitimidad a todo lo que debe obrarse, y de paso, sume a un segmento al debate público y a la democracia de manera transparente, pero también alejados de cierta estridencia que aportará muy poco en el desafío que viene. Es difícil ciertamente, pero la legitimidad de lo obrado es bien fundamental para conseguir los objetivos del desafío: bien común y desarrollo en paz social.