Cambios profundos en el debate del país
Hay en el resultado una consecuencia implícita: la exigencia de mayor democracia directa es casi un colapso evidente de la representación en la que se confía poco. Tener diagnósticos equivocados en un mundo tan ágil como este, puede implicar perderlo todo, como en el caso del gobierno. Esto solo confirma los delicados equilibrios en los que vivimos.
La profundidad de lo expresado por la ciudadanía este domingo ofrece varias conclusiones, no todas sencillas de leer. Por lo pronto, que una mayoría se expresara en el proceso y por una opción en particular ya dice mucho. Por otra, revela una enorme desafección con las instituciones políticas tradicionales y eso es algo más complicado.
Los chilenos quieren cambios y es probable que este hito haya puesto la lápida definitiva al proceso de transición democrática iniciada en 1990 con el arribo de Patricio Aylwin a La Moneda. Treinta años después parece cerrarse un lapso marcado por los avances democráticos, la modernización del país, la apertura al mundo y la alta individualidad, pero también por una creciente insatisfacción (propia de la modernización), críticas duras a la clase política y al acceso a la educación, salud, pensiones y justicia, entre otros, bienes disponibles solo para algunos.
Leer aquello exige más racionalidad que pura pasión y aceptar que conducir este proceso tendrá muy probablemente transformaciones importantes: un rol más activo del Estado, una democracia más directa y menos representativa, mayor agilidad de procesos, lo que exigirá desconcentrar la toma de decisiones, en definitiva, acercar el poder a la gente.
Punto aparte es la actuación del gobierno y del Presidente Sebastián Piñera en particular. Se trata de una administración que nunca entendió la magnitud de la molestia ciudadana y aceleró diversos procesos a niveles impensados por su tosudez y error de cálculo. En menos de un año, y por su falta de sintonía fina, perdió la Constitución, el sistema de pensiones, el sistema presidencial y encima está en el piso. Se trata de un hecho revelador: tener diagnósticos equivocados en un mundo tan ágil como este, puede implicar perderlo todo. Esto solo confirma los delicados equilibrios en los que vivimos.
Pero debemos enfatizar que ahora debe entrar la racionalidad en el debate y dejar las pasiones que han caracterizado estos tiempos. El mundo que viene es muy complejo, pero hay enormes posibilidades que deben ser gestionadas de una manera distinta: con un mayor foco en las personas.