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Amistad cívica

Hay algo que aún permanece en regiones: la chance de encontrarnos, de conversar, a pesar de las diferentes posiciones ideológicas. Aquello está extraviado en otros lares. Solo el encuentro, la chance de sumar, de trabajar sobre los puntos en común y no seguir remarcando las diferencias, es lo que nos sacará adelante. El ver enemigos en todos lados no le sirve a nadie.
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Si hay algo muy positivo de la vida en regiones, en especial de Antofagasta, es la amistad cívica que se aprecia. Teniendo un amplio abanico de pareceres e ideas, el respeto a esa diversidad es definitivamente mayor que la imposibilidad del encuentro.

Es cierto que hay un deterioro en el transcurrir de los años, sin embargo no hay una "intoxicación política- ideológica-partidaria", que sí se advierte en otras regiones. Es decir, no hay una lectura entregada totalmente a las posiciones de convicción.

El asunto es fundamental teniendo presente que es una base sobre la cual puede erigirse el encuentro necesario para recomponer confianza y el tejido social. La prioridad y el ejemplo también lo da la élite, que puede mostrar que la conversación y la democracia son el mejor camino para lograr los objetivos.

No cabe duda que la crisis actual solo será superada con más encuentros, diálogos y respeto y no encerrados en la subjetividad de las propias convicciones o el relacionamiento con quienes se mueven entre las ideas propias y no están dispuestos a someterse a escrutinios.

¿Para qué agudizar los conflictos, encenderlos más si sabemos que las organizaciones, sociedades y países avanzan mucho más cuando se impone la empatía y el diálogo?

Chile tiene en la memoria dos gobiernos que tuvieron la intención de imponer por completo sus postulados y los resultados no fueron buenos para el tejido social. Las heridas siguen vigentes, crearon un ánimo peligroso que reflota cada cierto tiempo, dando cuenta que el camino aparentemente más fácil del doblegar siempre causa dolores en el mediano plazo.

Los partidos, en este plano, son fundamentales (deben entenderlo) en el entendido que son necesarios para cumplir un rol de filtro de candidatos y disponer de ideas para el debate democrático, pero ello ocurre por convicción. En el momento en que exigen la anulación de la voluntad y la conciencia, terminan traicionando su esencia y objetivo elemental.

La vida, las personas, con todas sus complejidades siempre son mayúscula, solo el encuentro, la chance de sumar, de trabajar sobre los puntos en común y no seguir remarcando las diferencias, es lo que nos sacará adelante y Antofagasta tiene una ventaja en este plano, siempre y cuando cuidemos y ampliemos la amistad cívica del vivir juntos.

En el principio es la educación

"Comprendemos la ley desde el ser poseído por las tradiciones normativas y disposiciones afectivas que somos". Mario Valdivia V., Economista y consultor
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El pequeño ente biológico recién salido del vientre materno comienza a ser educado de inmediato. Es introducido en el mundo por su cuidador más cercano, usualmente la madre. El uso de las cosas diversas a su alrededor y el trato con los seres humanos que se relacionan con él, ameritan una educación constante. El aprendizaje se basa en confiar en la persona que hace, más o menos, la siguiente promesa: "haz lo que te digo y todo irá bien". Una confianza fundamental

Paso a paso la infante empieza a comprender el mundo, manejando instrumentalmente las cosas a su alrededor y tratando a las personas que lo rodean. Adquiere como suyo el mundo adulto de la mano de su educador. Con este recibe más que entrenamiento para desempeñar comportamientos adecuados en situaciones determinadas. Adquiere una comprensión holística del mundo y de quién es él o ella, encarnada en la obediencia a normas de uso instrumental, normas de trato y comportamiento adecuados, normas éticas, normas morales. Podemos imaginar los efectos holísticos que la simple norma "siéntese derecho" o "cruce bien las piernas" tendrá para el aprendiz. Y adquiere también disposiciones a ser afectada emocionalmente, que acompañan íntimamente al mundo comprendido. Vergüenza en cierta clase de situaciones, curiosidad o temor ante lo desconocido, rabia o indiferencia ante lo injusto, impavidez o afán solidario con el dolor ajeno, pasiones, erotismos, pulsiones estéticas... No podemos ser plenamente conscientes de todo lo que moldeó y depositó nuestra educación, que moviliza nuestro comportamiento sin mediar reflexión.

Y desde infantes somos educados en tradiciones históricas. Quizá si el mundo de normas y artefactos instrumentales puede ser uno solo para todos, pero rara vez el de normas morales de bueno y malo, éticas de trato social y estéticas, que provienen de narrativas y creencias diversas. A cierta edad nos encontramos instalados con familiaridad en un mundo de tradiciones cargadas de sentido, actuando con las habilidades requeridas y la emocionalidad sintonizada.

A veces escucho a quienes creen que primero es la ley, las normas explícitas. Que ellas determinan nuestra conducta. La ley se lee, se entiende con la razón, se es consciente de ella, se obedece a la fuerza si es necesario... Hay que preguntarles a los niños de colegio si la fuerza es alguna vez suficiente. Desde éstas confrontamos a aquella. ¿Seguir al pie de la letra las reglas tributarias? ¿Obedecer las leyes del tránsito? ¿Seguir personalmente las reglas sanitarias? ¿Subordinar la ley a nuestras normas y sentimientos sobre lo justo o injusto?

Por experiencia propia sé que obedecemos la ley solo después de interpretarla personalmente. Y mientras más perfectas son la leyes escritas, y más dan por supuesto a un ser inspirado en altos valores que lo exigen en forma abstracta más allá de quien es históricamente, más ácido es el ánimo de cinismo que produce el contraste cotidiano entro lo exigido y lo cumplido; la diferencia entre la verdad ideal y la real; lo políticamente correcto.

¿Para qué todo este rollo? Para insistir, en momentos constituyentes, en que no nos exijamos más allá de quienes somos. No regulemos la vida para un ser ideal que no existe; ni en los demás ni en nosotros mismos. Personalmente me comprometo a tener presente la posibilidad de una viga en mi ojo cada vez que perciba una paja en el ajeno. Situarme, reconocerme finito, atemperarme.

Plebiscito y crisis de representatividad

"La crisis de representatividad, el estallido de octubre y el Plebiscito no responden a la pregunta ¿qué nos pasó?". Patricio Peñailillo, Integrante Sociedad Chilena de Filosofía Jurídica y Social
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La historia como dominio de las ciencias sociales opera esencialmente con el pasado, con lo que fue y está cerrado, sin vuelta atrás. Pero excepcionalmente hay una historia del tiempo presente [expresión de Paul Ricoeur]; una historia que interpela a los protagonistas sin que puedan desafectarse del ocurrir bajo el signo de un tiempo abierto, sin desenlace y monumental, que en el caso de nuestro país, éste aparece capturado por una crisis de representatividad que ha detonado un estallido social y se alimenta del mismo estallido inconcluso a horas del Plebiscito del 25 de octubre.

El estallido social y el Plebiscito constituyen dos momentos de esta historia del tiempo presente, articulados por una crisis de representatividad que pone en el vacío y sin fundamento a todos los actores políticos, sean de izquierda o de derecha, cuyas voces se escuchan -sin riegos- principalmente en espacios cerrados, en el Palacio de la Moneda, en el Congreso o en algún lugar protegido de quienes impugnan sus figuras, pero con la imposibilidad de hacerse presente en los espacios públicos para no padecer la furia de la gente. Ejemplos de esta clase hay en abundancia cuya mano inquisidora ha tocado y sigue tocando al Presidente de la República y a políticos como Gabriel Boric, José Antonio Kast, Beatriz Sánchez, Iván Moreira, Daniel Jadue, entre otros actores del dominio público cuya exposición en las calles los sitúa en un juego potencialmente peligroso.

Así de tremenda es la crisis de representatividad, que no es otra cosa que una crisis de credibilidad y pérdida de confianza radical en el mundo político, la que aparece direccionada por la intolerancia en las palabras y en los actos. Pero ciertamente que esta crisis no se agota en el dominio mencionado, ya que vivimos en un tiempo donde la ausencia de referentes políticos, sociales y religiosos es una realidad.

Sin duda que esta crisis en la que estamos es una crisis mayor, cuyo desenlace y superación no tiene una fecha cercana de término, pues los procesos históricos poseen su propio ritmo y tiempo que pueden no coincidir con nuestros deseos.

En consecuencia, la crisis de representatividad, el estallido de octubre pasado y el Plebiscito no responden a la pregunta ¿qué nos pasó?, sino más bien a la interrogante ¿qué nos está pasando?

Aún si gana el Apruebo este domingo como es altamente probable que aquello ocurra de acuerdo a los testeos formales e informales y al aire de época favorable a dicha opción, en mi opinión, la tormenta seguirá avanzando, debido a que un número no menor de hombres y mujeres que están en las calles, encarnan la caída de los ídolos que definen nuestra era. Esta compleja historia del tiempo presente, no es el final de un ciclo que se extingue sino el comienzo de un cambio que durará mucho tiempo.