Aprendizaje en la pandemia
"Se imponen medidas de aislamiento; pero, la población necesita trabajar. Salir a la calle es devastador, aunque sea para buscarse la vida". Francisco Javier Villegas, Doctor en Didáctica
Seis meses de tirón, con la pandemia y un estado de emergencia. Es el inicio de la primavera, pero no el fin de la pandemia. En estos días de confinamiento, las mujeres, los hombres, los mayores, los niños solo tienen repertorio para una sola tentativa: aprender en el encierro, un tanto desolado, lo que es un fin suspendido de contactos y de abrazos. Es una de las realidades que se ha tenido que aprender. Pero, también, en el momento crítico, las comunidades renunciaron, apesadumbrados, y en muchos casos, a la presencia y rutina vivencial del día del día en ese espacio del trabajo, taller, oficina o de la escuela. Así, también, fue la ordenanza por un resguardo inmediato y urgente. En alguna parte, sin embargo, la idea de una globalización o de una hipercultura, se desvaneció por el signo ilimitado de este virus y las imágenes en que residía el bienestar solo se dispersó en el embeleco de la tecnología, de una pantalla de celular o de algún indicador hostil y descentrado.
A causa de esta situación, alguien escribió acertadamente, hace algunas semanas, vinculando esta crisis manifiesta de que: "todos tenemos aún la luz como aventura y un mismo tesoro que se mueve en la existencia, / a pesar de este desplome aniquilante. / Pero, son tiempos de coraje. / De paradojas y dolores. / Son tiempos imperfectos y oscurecidos / mientras la muerte cae tan desolada y difícil / en ese virus devorador, que no elucubra, y que solo deja vacíos y vuelos marchitados". Lo rebosante de la vida, entonces, hoy se aquilata como nunca porque la raíz de los males no es solo el virus. Por consiguiente, intentando resolver la incertidumbre, sobrevienen algunas preguntas desde la experiencia actual ¿es la esencia de la civilización la que se cae en la desdicha? ¿es la depresiva cultura de lo absoluto la que nos golpea sin respiro? O bien, ¿es la ideología de la ciencia que afana a imagen y semejanza del poder de algún gobernante? ¿o es que el progreso de la humanidad, con tantas invenciones, pero también con fábulas intransigentes, solo nos ha dejado pequeñas frescuras de su desarrollo?
El modelo, como un árbol, se conoce por sus raíces. No es posible entender que, en el acontecer social, ese modelo no solucione los problemas de la complejidad humana. ¿Dónde queda tanto estudio o tantos análisis del entorno o de algún fenómeno? Es la paradoja de la densidad acumulativa de las posibilidades. O bien, de esta concepción de ser humano "competente", pero no solidario. Ya lo decía el escritor de 93 años, Gastón Soublette, en su reciente libro "Manifiestos": la desmesura está causando graves daños a la organización de la vida. Se expanden las restricciones y, a la par, se intenta mitigar los contagios.
Tenemos que seguir aprendiendo. O ser más reflexivos. Si en los países llamados desarrollados no dan con las respuestas completas a nivel social, económico y en los servicios de salud; entonces, en nuestra América Latina estamos más debilitados o empobrecidos. Todo depende de cómo se mire el cambio en nuestras vidas, pero, tampoco pensemos que por cada ciudadano que sale a la calle, por necesidad, el virus se va expandiendo. A lo mejor, debemos aprender más, extremar la sensibilidad y la imaginación, ser más humildes porque somos frágiles receptores de tanto colapso, preocupaciones y complejidades de este tiempo que será olvidado en un futuro.