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Volver a "Aguas Blancas"

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Luego de un largo tiempo, he vuelto a hollar los senderos del Cantón de "Aguas Blancas", escenario que me fue habitual y familiar en mis años mozos. Eran tiempos de la explotación de sulfato, modesto acompañante del caliche en esas generosas pampas. Quedaban aún pampinos porfiados, que se negaban a abandonar las oficinas salitreras, alguna vez bullentes de vida… Y donde -además- menudearon los abusos y los dolores.

Me pareció que los ripios volvían a saludarme. Esos restos de oficinas derruidos, que me fueron tan familiares y cercanos, salieron a recibirme enhiestos, plenos de pasado. El sol abrasador fue caricia y el vendaval tardero trajo ecos de episodios pasados.

"Bonasort", "Valparaíso" ("San Martín"), "Esmeralda" -de pasadita- "Florencia", "Rosario" y "San Gregorio". Aquí se detuvieron nuestros pasos. Recorrimos detenidamente el escenario de la dolorosa matanza del 3 de febrero de 1921, con cientos de pampinos muertos. Muchos murieron en la refriega contra militares del "Esmeralda", otros fueron ultimados al día siguiente, víctimas de la venganza de las hordas castrenses. Otros tantos -incontables- bajo el fuego de los "Mauser", en la fatídica misión militar llamada "palomeo".

Fuimos al camposanto de "San Gregorio", donde yacen los mártires de aquel triste episodio. El silencio conmueve y emociona. También incomoda el olvido, esa mirada de soslayo que la historia le ha dado a tales tragedias. No quiero hacerme cómplice de tan indigno olvido. Tiramos líneas, hacemos planes: pronto se cumplirán cien años de esa matanza conmovedora y la tarea es remover las conciencias para que la historia deje esa careta servil que nos ocultó tanta tragedia.

Hay que comenzar pronto el desafío, que tendrá mil escollos, sin duda. Pero tengo una fuerte convicción: es necesario reescribir la historia, regalando a las generaciones futuras una visión más veraz de tantos sucesos dolorosos. Hay que esconder la vergüenza y volver a ponerle el pecho a las balas.

… Y lo haremos por los mártires de "San Gregorio".

¡Palabra de hombre…!

Jaime N. Alvarado García