La consecuencia en la política
El silencio de algunos ante la violencia o la falta de acción del gobierno ante casos como el de la AK-47, ponen en duda la consecuencia de actores políticos entre su discurso y lo que realmente hacen. De nuestros líderes no exigimos que todos tengan la inteligencia y coraje de estadistas como Churchill o Mandela, pero sí que por lo menos sean consecuentes y condenen la violencia o la corrupción también cuando provienen de su sector.
Post 18 de octubre hemos visto una movilización ciudadana que ha tenido momentos inspiradores, que demuestran que hay ciudadanos comprometidos con una sociedad más justa y cansados de los abusos. Pero también hemos visto a líderes justificando la violencia o bajándole el perfil cuando esta proviene desde su sector ideológico.
Este es uno de los mayores problemas de la sociedad chilena actual. Está quedando la falsa sensación de que el uso de la violencia es la vía para lograr los cambios o imponer el punto de vista.
Esto ha sido acompañado de dichos y hechos de parte de políticos que han dejado mucho que desear. Que han escondido la cabeza cuando justamente se les necesitaba, presumiblemente porque les incomodaba hablar cuando el ataque no lo recibía una institución o persona afín políticamente.
En Antofagasta lo hemos visto en los casos en que manifestantes pacíficos han sido agredidos o detenidos simplemente por ser parte de una protesta. Hubiera sido adecuado en su momento que de parte del oficialismo se condenaran esos excesos con claridad. Pero no se hizo y posiblemente ese actuar policial desbordado fue uno de los ingredientes de la violencia posterior.
Por su parte, no son pocos los parlamentarios de oposición que han callado cuando la violencia se ha originado desde una manifestación y las víctimas han sido carabineros (como el linchamiento que sufrió un joven policía en Antofagasta) o el comercio (ya sea un supermercado o una pequeña verdulería). Incluso existen algunos pocos que han celebrado esta violencia.
De nuestros líderes no exigimos que todos tengan la inteligencia y coraje de estadistas como Churchill o Mandela, pero sí que por lo menos sean consecuentes y condenen la violencia o la corrupción también cuando provienen de su sector, aunque pierdan el aplauso de la galería de las redes sociales.
Lo mismo esperamos del gobierno. Que en casos como el de la AK-47, por ejemplo, se querelle. Es lo que el sentido común -y la seguridad de la sociedad- demanda.