Quillagua fue punto de reunión e intercambio entre grupos étnicos
CULTURA. Estudio forense comienza a revelar la importancia que tuvo este pequeño oasis y su enorme riqueza patrimonial.
El Censo del año 2017 registró al poblado del Valle de Quillagua como un caserío donde vivían 141 personas: 72 mujeres y 69 hombres. Gran parte de ellos, por sobre los 65 años.
Curiosamente también apuntó la existencia de 144 viviendas, pero solo 50 de ellas ocupadas.
Ubicada a más de tres horas de viaje desde Antofagasta, solo la carretera y la Aduana que marca el límite con la Región de Tarapacá, identifican una localidad que a principios del Siglo XX era reconocida como un prolífico valle que suministraba alimentos a los cantones salitreros que bullían por todo el desierto.
Pero la explotación de las aguas del río Loa por parte de la industria minera del cobre, y los desechos minerales arrastrados por las crecidas estivales durante la segunda mitad del Siglo XX, fue mermando lentamente su actividad agrícola.
Con ello comenzó el éxodo de sus habitantes, y también, la silenciosa resistencia de quienes aún viven en el lugar, literalmente, al costado de la carretera.
Nodo cultural
Sin embargo, pese a su actual condición, para diversos antropólogos y arqueólogos chilenos y extranjeros, Quillagua es uno de los espacios culturales más atractivos para entender la vida y desarrollo cultural de los primeros habitantes del Desierto de Atacama, hace más de 2.000 años.
Francisco Gallardo, investigador responsable del proyecto Fondecyt "El oasis de Quillagua, frontera intercultural, recursos forestales y rutas de circulación prehistórica" recuerda que decidió volver a estudiar el terreno que conoció por primera vez en 1990, con una idea clara: revalorizar la importancia de Quillagua como lugar fronterizo que tuvo un rol relevante en el desarrollo del poblado de Atacama.
"Mi primer proyecto Fondecyt, el año 1990, fue ahí. Después de 25 años pensé que era buen momento de volver, basado siempre en la idea que Quillagua era una frontera intercultural", indica el académico del Centro de Estudios Interculturales e Indígenas (CIIS) de la Universidad Católica.
Y a través de cuatro años de investigaciones, el equipo de científicos coordinados por Gallardo ha logrado documentar la riquísima actividad comercial y cultural que se desarrolló en el Valle de Quillagua, en el Periodo Formativo que va entre el 1.000 A.C. y el año 400 D.C.
"En ese oasis, los antiguos quillaguinos servían como ejes de las personas que subían por la orilla desde la desembocadura río Loa y de quienes lo hacían desde la costa de Tocopilla. A ellos les llamaban 'camanchaca'. Lo sabemos porque aún se conservan caminos que van desde la costa y que tienen muchos restos arqueológicos", explica Gallardo.
"Desde el altiplano habían otros caminos que venían por el río San Salvador. Además estaba la posta de Guacate, un punto histórico por donde entraba la gente que bajaba de San Pedro Atacama. Desde el norte además había un camino que unía Guatacondo con Quillagua", puntualiza el investigador.
Comer, lo que somos
La disponibilidad de agua, la fertilidad de las tierras y su ubicación geográfica transformó entonces al Valle de Quillagua en un verdadero nodo cultural, una frontera territorial, donde el cruce y tránsito de diversos grupos étnicos permitió, no solo el intercambio de productos o bienes, sino el desarrollo de una nueva forma cultural.
Así sostiene el académico del Departamento de Antropología de la Universidad de Miami, William J. Pestle, quien en noviembre de 2019, publicó las conclusiones de un estudio de 12 cuerpos encontrados en el cementerio de Quillagua y Ancachi, un sitio ubicado cerca del río Loa, al noroeste de la localidad.
¿El objetivo? Mediante el análisis del colágeno que aún se preservaba en los huesos pudieron determinar el tipo de dieta -o paleodieta- que consumían los habitantes del territorio. El análisis además permitió la comparación con una base de datos de otros cuerpos anteriormente analizados, tanto del altiplano chileno, como del desierto costero. Y los resultados, según el antropólogo norteamericano, son sorprendentes.
"Analizamos la composición química de individuos del periodo formativo de Quillagua/Ancachi para determinar el aporte de fuentes de comida diferentes a la habitual en sus dietas. Los resultados de este análisis confirmaron que los de Quillagua comían una combinación de comida diferente de los otros individuos analizados. Nuestra interpretación de este fenómeno es que Quillagua desempeñó una función de nodo, una especie de red de intercambio, donde se creó un modo de vida nuevo", afirmó el científico.
Algo nuevo
Pestle subraya los alcances de los hallazgos por cuanto sostiene que pocos fenómenos resultan tan fundamentales para la identidad cultural de un pueblo, como su forma de alimentarse.
"La caracterización de la dieta sirve como una herramienta para la reconstrucción de las diferentes etnias del pasado y su proceso de formación de identidad", precisó el investigador.
En un informe publicado a principios de este año, Danielle Pinder, antropóloga forense de la Universidad de Miami, amplió a 31 el número de cuerpos analizados en Quillagua y complementó las conclusiones de la investigación de Pestle.
De acuerdo a la investigadora, lo que sucedía en Quillagua hace 2.000 años podría haber sido el inicio de un desarrollo cultural distinto, con hábitos totalmente diferentes al resto de los pueblos que transitaban por Atacama.
"Una posible explicación de los nuevos patrones dietéticos que observamos es que las personas estudiadas adoptaron nuevos estilos de vida y comportamientos culturales distintos. Consumían recursos de la costa e interior, en una forma de vida completamente nueva, contraria a la observada en la región cercana. En base a los datos, está claro que algo nuevo, y de hecho fenomenal, estaba teniendo lugar en esa parte del Desierto de Atacama hace más de 2.000 años", concluye.
Para Francisco Gallardo, más allá de las huellas del rico pasado de Quillagua, los hallazgos permiten extraer lecciones para el desarrollo presente, sobre todo aquellas relacionadas con el valor que otorga el intercambio entre distintas culturas.
"El tema de frontera para la antropología es fundamental. Porque permite mirar el presente con otros ojos. Nos permite conocer que en el pasado, gentes con distintas tradiciones culturales se veían como un aporte al desarrollo y hoy día nosotros no vemos eso con personas que vienen de Perú, Colombia o Venezuela, por ejemplo", finaliza el investigador.
El oasis en medio del desierto Quillagua está ubicada a 280 kilómetros de Antofagasta, en la frontera con Tarapacá. Su población no supera los 150 habitantes y depende del municipio de María Elena. En el poblado funciona el control carretero de Aduanas. Equipo multidisciplinario
Francisca Cabello, doctora en Arqueología de la Universidad de Buenos Aires, es otra de las investigadoras que ha participado desde el inicio del proyecto Fondecyt en Quillagua. En su caso, ha estado concentrada en el registro de arte rupestre en las localidades y rutas anexas al valle. "Hay gente de varias especialidades apoyando el proyecto. Gente que estudia la cerámica, otros en líticos, yo que veo lo relacionado con arte rupestre. Este es un proyecto del Estado que ya lleva 4 años y este es el último año de cierre. De todas formas, Francisco ya publicó un libro el año pasado "Quillagua; la frontera interior" que es una reúne históricas de todas las investigaciones arqueológicas realizada en el territorio", sostuvo la investigadora, que trabaja en la Escuela de Antropología de la UC.