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Juan López

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Cuando se escriba la historia de los héroes del trabajo, en Chile, el nombre de Juan López contendrá el más singular resplandor, ya que tuvo, en 1866, la visión de acam­par en Peña Blanca, que, cuando el Salar del Carmen abriera sus mantos calichosos, se convertiría en el eje de Antofagas­ta, la ciudad que en todos los idiomas resuena en su hechizo de nobles nitratos.

Antofagasta rescata a su fundador levantando a esos que la fecundaron con su sangre y el blanco tibio de sus sudores. Juan López, el "Chango López", del fondo de la historia camina hacia nosotros, el "hombre de espíritu audaz y aven­turero", el primer ha­bitante del Puerto que ascendería a todas las venturas, volcando en la Rosa de los Vientos el riego poderoso de sus calicheras. Juan López pertenece al ímpetu chileno recio. Los atacameños de 1800 trazaron entera la órbita ensangrentada y terrible de la epopeya. Juan López surge, vibra, triunfa y muere con estatura de oscuros chañares y manos trenzadas con el más caliente juego del coraje.

Juan López es el cateador que nunca cerrará los ojos ni el corazón en la alucinante jornada, en el quién sabe de la fortuna. En 1845 se hará a la mar del acaso y desde ese año, hasta su muerte, que fue la de los capitanes abandonados, sus piernas recorrerán la geografía caliente del Norte, de Punta Jara a Mejillones, en constante afán de grandezas.

El guano habrá de trocarse en siem­bra de oro. Juan López lo ubicará. Saltará lejos de la costa a los verdes del Sur; pero la voz del desierto le llamará y, obedeciéndola, retornará a sus cateos para sembrar, en Peña Blanca, su alma batiente de "roto" andante. Y de los sacos y los palos de su vivienda emergerá nuestro Antofagasta.

A me­dida que la ciu­dad se tutee con los grandes del mundo, el nombre de Juan López se irá empequeñeciendo, haciéndose letras perdidas, al punto de caer casi a la sombra. Necesitamos los chilenos, de este saber mirar hacia la sangre vieja para fortalecer la arteria nueva. Es al horizonte, al mañana, que camina la ciudad de Juan López, llevándolo ahora, en su seno, como un grito de plenitud.

Andrés Sabella, Zig - Zag 1948