Conversar más y dejar la violencia
La democracia está construida para proteger al más débil, es un modelo que debe imponerse por sobre una minoría que no quiere aportar al encuentro. Parte de la institucionalidad nacional está logrando avances en las materias más sentidas por la población: pensiones, transporte, servicios básicos. Ese es el debate.
El Gobierno Regional estimó en aproximadamente $2.300 millones el daño por la destrucción a la propiedad pública, un monto que será superado largamente si se considera el perjuicio a privados.
Supermercados saqueados, pequeñas y medianas empresas afectadas, el lucro cesante, estaciones de Metro, buses y automóviles incendiados, todo provocado por una minoría, a veces alentada por personas de más edad que derechamente buscan la destrucción del orden que conocemos, y ve en esta crisis una oportunidad para desestabilizar al país.
A esos pocos no les interesa avanzar en la discusión de fondo, sino mantener una sensación de caos.
Lo anterior, sumado al silencio cómplice de una parte importante de la clase política, están haciendo una gran mella, porque son las personas las que hoy están sufriendo la destrucción de sus puestos de empleo, del capital que han construido, sin que puedan comenzar a levantarse por el momento crítico.
Calles cortadas por barricadas, servicios funcionando a medias, amenazas, clases suspendidas, miedo de la población, son situaciones inaceptables.
Muchos que hoy predican la violencia, la justifican, en redes sociales, la avalan en sus conversaciones, deberán, en algún momento, dar explicaciones del profundo daño que le están produciendo al país y a una convivencia que ya está afectada y que costará muchísimo remediar.
Debe insistirse, esos grupos no buscan la solución, solo están empeñados en enfatizar las grietas y la diferencia. Antes hemos dicho que nuestro país debe discutir su futuro y un tipo de desarrollo distinto que satisfaga lo que reclaman las clases medias y lo que es posible de resolver en el corto y mediano plazo.
Pero tal construcción debe darse en tranquilidad, con diálogo democrático, con urgencia, entendiendo hacia dónde va el mundo y con las instituciones correspondientes de la República.
La violencia verbal y física que muy pocos alientan y ejecutan, causa daño económico al país, pero mucho más a la esperanza de abordar los gigantescos desafíos que hay por delante.
No puede ganar la orgía de destrucción y el odio, sino el encuentro, la paz y la búsqueda de soluciones.