Las ciudades cambian, crecen, se modernizan, son como un organismo vivo, incluso como un ser humano, que es distinto según su edad: niño, joven, adulto. Cada momento es hermoso y particular. Antofagasta ha seguido este camino. A lo largo de décadas pasó de ser una ciudadela que vivía del salitre, y antes del guano, a ser una urbe moderna, de elevados ingresos, altos edificios, muchos vehículos y grandes tiendas, supermercados y retail.
Y este tránsito irremediablemente ha dejado víctimas en el camino. Cientos de tiendas, bazares, emporios y restaurantes tradicionales han bajado sus cortinas por no haber logrado adaptarse. Muchos de ellos eran locales señeros, llenos de historia, fundados por familias inmigrantes, cuya pérdida abre una herida en el corazón de antiguos clientes y de la ciudad misma, que ve partir parte de su historia y su memoria colectiva.
Hace unos días este Diario habló sobre esto. Y recordó las historias de algunos de esos locales que no pudieron competir con las grandes multitiendas o cuyos servicios dejaron de ser necesarios para muchos.
El Gato Negro, Librería Española, tiendas La Paloma, El Arriero, joyería Zalaquett, la Casa Jiménez, y mucho antes la Casa de los Casimires y el Bazar Coloso, fueron algunos ejemplos que trajimos a la memoria. Y por cierto nos quedamos cortos.
Pero también contamos la historia de algunos establecimientos que sobreviven, como Casa Castilla, Vaticano, confitería La Nana, la Suelería Pérez, disquería Jeanny y la Casa Elisa, que suman décadas de servicio, y pese a los golpes de la economía y los caprichos de la moda o el consumo, mantienen una clientela fiel que los prefiere y valora.
El punto acá es que lejos de ser un capricho nostálgico, la presencia de estos locales, y otros, en los rincones de la ciudad es un regalo a la memoria, un estímulo a los recuerdos y a la formación de un espíritu colectivo. En tiempos que los productos no se reparan, sino que se reemplazan, que sigan existiendo locales como éstos debe valorarse. La ciudades con alma se construyen así. Quizás más adelante tampoco estén, nadie lo sabe, pero vaya el homenaje.