A las puertas de la celebración del Día Internacional del Trabajo, queda cierta duda que ninguno de nosotros, ni autoridades, líderes, ni los trabajadores, estamos al tanto del impacto que se viene sobre esta área de la sociedad.
Y el responsable es uno solo: La tecnología, la robotización, la inteligencia artificial, desarrollos que cambiarán para siempre lo que conocemos y la forma en que nos manejamos. De hecho, tales asuntos, no son predicciones, ni cuentos de ciencia ficción, son realidades bien concretas y a la mano.
Un computador elimina el trabajo de cientos de personas, o lo hace más eficiente; un robot puede terminar con los choferes, puede procesar textos, analizar datos, entre otros.
La pregunta necesaria es: ¿Se trata solo de una cuestión económica o es también un asunto de decisión política? ¿Hasta dónde puede avanzarse? ¿Es posible detenerse en estos desarrollos sabiendo que otro lo hará?
Es inquietante, en este escenario, que los gremios de trabajadores no dediquen un minuto para pensar en esto y, en general, sigan levantando banderas con demandas del siglo pasado. Existiendo dificultades por superar, poco estamos advirtiendo la ola de cambios que trae consigo la tecnología.
Los temas de hoy no son los mismos de hace algunas décadas; las demandas no pueden ser las mismas porque las amenazas son otras. Son miles, quizás millones, de puestos de trabajo los que están en riesgo por un software, o una aplicación que hará más eficientes los procesos, pero que tendrá efectos mayúsculos en la sociedad.
Peor aún con la clase política que debiera tomar algunas definiciones. El asunto es que se entiende que se trata de un problema definitivamente muy complejo, porque, por un lado están las opciones que abre la tecnología y, por otra, las opciones que cerrará a muchos humanos que no se adaptarán al cambio, o ni siquiera tendrán esa opción.
La educación, más que nunca, la adaptabilidad al cambio son urgencias para todas las personas, para los trabajadores.