Alabanza del pimiento
¿Qué nutre sus raíces que no temen avanzar hacia las entrañas de las piedras, ahogándose en esa arena seca, muy seca?
El pimiento no es un árbol. Para crecer, generoso y solo, en la desgarradora infelicidad de la pampa, se precisa haber sido, antes que árbol, un minero: el pimiento es un minero que se convirtió, en proceso de sangre y de fortuna, en un árbol extraño, un espectro de viento y soledad, de soles y espejismos, de pie más allá de toda flora, como pariente aventurero y solitario.
Es un minero que se quedó, repentinamente, preso en sus alucinaciones y que varió su cabeza de áureas fantasías por un ramaje duro y verdoso, como cabellera de dios de pantomima; y que permutó sus manos por una fragancia que recuerda no se sabe qué bosques olvidados en el tiempo; y quien dio a sus piernas destino diferente, de anclas de la soledad: las piernas de este minero son alimentadas por secretos jugos que le permiten alzarse, sin claudicar jamás, en mitad del desierto.
Allí verdea el pimiento como un Padre de soles. Pastor de la distancia. Vigilante del viento. Todo es plano y seco.
Sólo él rompe las horizontales de la monotonía con su actitud de anacoreta, con su cuerpo de penitente, inmóvil y plácido.
Se le ve desde lejos. Y uno, súbitamente, no podría asegurar que esa sombra que se yergue remota sea un árbol, o un ser que decidió su suerte en amor de brasas y espejismos.
El pimiento es un minero. Sí: un minero que, fatigado de explorar, decidió catar la soledad celeste que en la pampa parece tan próxima… Dejó que el viento le robara su mula; que sus alforjas fueran llevadas por los cateadores fantasmas que, en las noches, varían las huellas y derraman las cantimploras, vengando sus malandanzas; y se arrodilló en medio del desierto, y el desierto, poco a poco, obtuvo de él un árbol: el único capaz de florecer en aquella cuna del tormento.
Sus raíces se hunden valientes en la piedra, ¡minero, al fin! Y su aroma no es sino un ardid del Transfigurado para descubrir, un día, la veta del Cielo.
Andrés Sabella