El ojo pluma de María Gainza no se cansa de ver pinturas
En el libro "El nervio óptico" (Libros del Laurel), la escritora argentina María Gainza ensambla once relatos conducidos por una sola voz: la de una mujer que recuerda obras que la abismaron, mientras, en una suerte de acumulación poética, espejean otras memorias, enconos y devociones.
María Gainza siempre ha escrito sobre arte, un oficio sostenido hace tiempo que la tuvo como corresponsal del diario "The New York Times" en Buenos Aires, como colaboradora de la revista "Artforum" y del suplemento "Radar" de "Página/12".
Cuenta desde su casa en la capital argentina que lo que más la maravilla de la percepción visual de las formas es "su inagotable variedad y capacidad de reciclaje", y cuando le preguntan si a veces no se cansa de ver, responde con un escueto "ver pintura nunca me cansa, ver gente, sí".
Ese placer, Gainza lo traslada a sus obras literarias. La última es "El nervio óptico" (Libros del Laurel), once historias que se ensamblan con la narración de una mujer que recuerda pinturas que la han conmovido.
Museos y refugios
Al parecer, y como la heroína de sus relatos, María Gainza es del tipo de persona que se sumerge en los museos para refugiarse del mundo y también para interrogarse, aunque la mayor parte de las veces sea para acariciar la ilusión de abandonar la propia vigilancia y cargar los ojos con otras historias y preguntas.
Una quema de pastizales que vuelve a la ciudad un nicho ahumado la hace salir disparada a buscar al Museo Histórico Nacional a su pintor favorito: Cándido López, un argentino que se hizo soldado y perdió un brazo en la guerra. La visitante toma atención de lo que dijo un guardia, que luego fue despedido, en cuanto a que se aparecen fantasmas en los cuadros de López que evocan esos días de fuego y sangre.
También va como en una procesión a contemplar en el Museo Nacional de Bellas Artes las marinas de Gustave Courbet y su memoria se abre a su propio surf mental en Mar del Plata, haciendo porros delgaditos en un auto mientras sus amigos se meten al mar, y luego desemboca en el encuentro con una amable prima fantasmal y su mente "refucilada". O bien los gatos del pintor japonés Fujita la hacen recordar a Alexia, aquella "chica dorada de mi juventud" que años después, y teniéndola al frente, no reconoce.
Frente a la pregunta sobre quién es la Azucena a quien dedica el libro, en un comienzo la autora responde reservada que es "un misterio incandescente", pero luego adivinaremos, y ella lo confirmará, que es su pequeña hija con quien vive en Villa Crespo, lugar desde el cual administra su jornada, que por estos días la tienen a mil por hora, en medios de ensayos de ocho horas diarias para la versión teatral de "El nervio óptico", que se hará dentro del Museo de Bellas Artes a manera de visita guiada.
-¿Sabías de antemano, o lo supiste después, cuáles serían las pinturas que incluirías en "El nervio óptico"?
-Nunca sé nada de antemano.
-¿Y cómo se fue armando el libro y sus relatos?
-De a ramalazos.
-En el primer cuento, "El ciervo de Dreux", dices "y tampoco sé por qué lo estoy contando ahora, pero supongo que siempre es así: uno escribe algo para contar otra cosa". ¿Por qué pasa esto?
-Porque uno siempre da rodeos para llegar al meollo de la cuestión.
-Si digo "artes decorativas", ¿qué te viene a la mente?
-Un juego de porcelana del siglo XVIII.
-¿Y cuando digo "apreciación estética"?
-Una clase tediosa en la facultad a las ocho de la mañana.
Algo así de aburrido también parece que sobrevuela a la noción de formación de audiencias, esa pomposa actividad y categoría que hoy se adosa a quienes asisten a museos, entre folletos anodinos y visitas guiadas. En "Ser rapper", uno de los relatos, la narradora dice que el único público que disfruta en los museos "son los chicos de escuela primaria", pero que la descorazona y gritaría "basta" cuando ve cómo la maestra les explica la paleta de Velázquez y "sus caritas se tiñen de un verde azulado y las ojeras se les pronuncian como zanjas oscuras".
Visión diestra
Uno de los dos epígrafes que abren "El nervio óptico" es una frase del poeta ruso Joseph Brodsky: "Los aspectos visuales de la vida siempre han tenido para mí más peso que contenido". Sin embargo, María no se siente capacitada para afirmar que aprendemos el mundo principalmente por la vista y cuál sería la importancia del lenguaje en ello. "Necesitaría saber más neurología", se excusa y prefiere no ahondar.
María, como la protagonista de sus relatos, ha tenido problemas en la vista que prefiere no recordar. "El nervio óptico" también atiende a las peripecias y desajustes físicos del fenómeno de la visión, como en el relato de "Una vida en pinturas" que abre con una visita al doctor por un ojo que late demasiado. En la sala de espera hay un Rothko, una impactante pintura del ruso nacionalizado estadounidense que palpita en "un rojo diablo sobre un rojo vino que vira al negro". En otro relato cuenta que la dopamina que libera su cerebro cuando ve un cuadro que la conmueve hace que aumente su presión arterial y se marea. Es una experiencia que sacude al ojo, al cerebro y al corazón.
Ver y sentir
En "El nervio óptico" también hay espacio para la muerte, la enfermedad y sus tumores y las cicatrices que lo atestiguan todo. Y enjambres de citas que llenan los silencios incómodos, porque "el buen citador evita tener que pensar por sí mismo".
La protagonista es "hija de la vejez" de sus padres, una chica con hermano mayor y hermanos del medio de una clase social acotada: el patriciado argentino, una casta que a María le parece que hoy "agoniza".
-Me gustó mucho la relación madre hija que muestras: tensa pero amorosa. ¿Qué piensas de ese lazo?
-Pienso que es un lazo indestructible y algo torcido.
-¿Tienes memoria de la primera pintura, reproducción u original que viste?
-Si tuviera memoria de la primera pintura que vi en mi vida sería un caso de estudio para la ciencia. O un cuento de Oliver Sacks.
-¿Y cuál ha sido la más reciente entonces? ¿O la última que descubriste?
-Es difícil descubrir algo en estos días en que todo parece ya haber sido descubierto o rescatado. Lo último que vi fue una muestra de Kazimir Malevich que tenía unos disfraces para una ópera futurista que parece que solo duró dos funciones. Eran unos disfraces en cartón piedra, delirantes, enormes y aparatosos, que me parecieron un momento muy alto de la imaginación.
-¿Cuáles son las condiciones perfectas para ir a un museo?
-Tener ganas de ir al baño agudiza la vista.
-¿Cuáles son los tres mejores documentales o películas sobre pintores que has visto?
-No pienso en rankings y las películas sobre pintores me parecen difíciles de digerir, la mayoría son más aburridas que mirar el óleo secar. Pero un documental que me gusta mucho es el de Robert Crumb, de Terry Zwigoff.
-¿Y los tres mejores libros sobre pintores?
-No creo que sean los mejores, pero son algunos de los muchos que me gustan a mí: "Objetos sobre una mesa" de Guy Davenport, "Posesión" de A.S. Byatt e "Historia de la pintura italiana" de Stendhal.
-¿Qué libros de tu biblioteca salvarías en un incendio?
-Un libro sobre los retratos de El Fayum.
-¿En qué estás actualmente con tu escritura?
-Por cábala, para que no se corte el impulso, prefiero no hablar de eso. Cuando estás contenta no se lo cuentes a nadie, decía mi abuela.
rosana schoijett
Por Amelia Carvallo