100 años de Massis
La figura de Mahfud Massis (Iquique, marzo 19, 1916 - Caracas, 1990), adquiere, con dignidad y celo, una luz original en nuestra literatura. Sobre sus huesos canta una poderosa águila que le devora los días, arrancándole una canción áspera, auténtica y llena de túneles donde braman los misterios del ser y nacen imágenes de cal funeral y cegadora: "Sobre este corazón comido por las piedras, sobre este pecho raído, escondía mi rostro en la desnuda infancia cuando el largo cuervo de la noche, cuando las campanas de la otra vida, hendían mi sueño de vapor y precoz tormenta" ("Elegía bajo la tierra", 1955).
Massis vive suspendido en atmósfera de sombra, en andariveles de espermas funerarias, mascando su fantasma, cultivando espectros adorables que le giran entre las sienes con poderosas materias de espejismo de cementerio. Es el poeta que supo descubrir una fauna silenciosa y furiosa para acomodarla al agrio panorama de sus cantos.
Los ornamentos del vate son de esencia animal: de ahí el acento de coro macabro, sordo y abismante que se escucha al fondo de sus obras: "los lobos durmieron en la casa"; "los azules gusanos de la noche"…
Como un príncipe solitario, el poeta Massis habita en el centro de un jardín de temblores animales, llorando "la pérdida de la alegría", acopiando sustancias de lágrima y desamparo para erigir el túmulo de su corazón ante el júbilo asesinado por los siervos del Becerro, por los corifeos del Por Ciento. Allí relampaguea la conducta de su poesía.
Quisiéramos, con impulso de hermanos, en raza y canto, que su poética de lava milenaria se irguiera sobre el sollozo y se trocara en otro latigazo y otra bandera para rescatar la alegría y volcarla en el labio de los hombres. Así, su otro dolor se envolvería en nuevos horizontes y esas ternuras que necesitamos frente al rumor del odio y la falsía que revienta bajo nuestras plantas.
Poetas como Mahfud Massis, en puridad e integridad, exige la reconquista de la Jerusalem de la Alegría del Hombre.
Andrés Sabella