El Palacio de la Risa
Germán Marín dice que usa a Chile como un gran basurero en donde escarba y encuentra material para escribir. Es este un creador nacido el año 34 que se dedica a investigar el pasado, ahorrándose la nostalgia y aquella melancolía posrevolucionaria que marcó a su generación. Marín ha sido cauto y prolífico, dedicándose a la labor de edición en México y Chile, bocetando y escribiendo obras tan bellas y brutales como El Palacio de la Risa.
El año 78 este escritor exiliado en España publicó en una revista un poema que hablaba sobre Villa Grimaldi. Para él ese lugar guardaba significados contrapuestos, pues había conocido ese elegante caserón ubicado en Peñalolén décadas atrás, cuando era habitado por una familia cercana de gustos refinados y más tarde lo revisitó cuando lo habían convertido en un club nocturno. Se salvó de hacer una tercera visita en los 70s y volvió a perderse en sus derruidos jardines una vez de regreso en Chile el año 92. Desde entonces que ajusta cuentas con los tiempos idos, no sólo los de su lejanía de Chile sino de ese Santiago casi provinciano, que cobijaba las correrías de escritores jóvenes, dueños absolutos de las calles, bares y plazas donde creaban junto a su amigo Enrique Lihn al personaje Pompier, para burlarse de la academia y la política contingente. Su primera trilogía fue Historia de una absolución familiar y más tarde compila en Un animal mudo levanta la vista, tres novelas interesantes: El palacio de la risa, Ídola y Cartago.
El personaje principal de El Palacio de la Risa es la propia casa y su historia, que simboliza la Historia del país, echada abajo una y otra vez, convirtiéndose en un palimpsesto difícil de descifrar, en donde la memoria personal transita hacia la memoria colectiva de manera dolorosa. En este espacio los espejos reflejaban imágenes deformadas por el dolor y esa visión generaba carcajadas en los celadores. La poética prosa de Marín relata en un in crescendo los cambios y la profanación del arte y la belleza a través de una obra arquitectónica y lo hace a modo de crónica investigativa para pasar al testimonio personal y relatar, en primera persona, las decepciones, delaciones y desconfianzas que se vivían en un tiempo en el que era mejor no mirarse a sí mismo.