Lobo
En Sudamérica no hay lobos propiamente tales, los cánidos del norte, solo lobos marinos. Se trata de animales negruzcos de piel brillante y de aspecto aceitoso, con aletas al pecho, extremidades traseras que parecen una cola bífida, de hocicos cortos, finos bigotes y orejas pegadas a la cabeza. Prefieren el mar, aunque se arrastran sobre la playa y se encaraman en riscos para descansar al sol, acicalarse, pelear y aparearse. Viven en comunidad, pero cazan solitarios. Se alimentan de peces y crustáceos, aunque los más cómodos carroñan los rastrojos en las caletas.
Machos, hembras y cachorros son muy distintos entre sí. Es un marcado dimorfismo que se observa en machos de hasta 300 kilos y 2,3 mts de longitud, cuellos gruesos, melenas largas. Las hembras, más gráciles, no superan los 150 kilos y el 1,8 mts. Las crías o popitos nacen negras y viven apegadas a sus madres los seis primeros meses.
En las colonias los machos adultos resguardan con celo a sus hembras; mientras más grandes, fuertes y feroces, más hembras los acompañan. Desde las loberas se escuchan los aullidos, las luchas territoriales de los machos, quedan las notorias heridas de batallas.
Este mamífero carnívoro no tiene parentesco alguno con los lobos terrestres salvajes (Canis lupus). Se podría decir que el único rasgo que los acerca es la capacidad de aullar, la de emitir estruendosos sonidos que remarcan su presencia. Esta es la relación que los primeros navegantes advirtieron para crear la analogía que los definió: lobos marinos para los primeros españoles navegantes…
La oscuridad inunda la noche litoral. Entre el oleaje destaca el canto de algunas de las miles de aves. Armonía interrumpida por los fuertes bramidos extendidos desde la colonia hasta las zonas de pesca. Según William Bollaert en la década de 1820 los pescadores se comunicaban con los lobos, tal vez en una lengua franca, los cazaban imitando sus chillidos.
Nota: En "Cuerpo del convite", de Benjamín Ballester y Alex San Francisco, arqueólogos.
Ballester / San Francisco