La digitalización ha creado un mundo cada vez más interconectado. Hoy, hablar con alguien a miles de kilómetros es casi una rutina, facilitada por plataformas como Zoom o aplicaciones como WhatsApp. Esta nueva forma de proximidad genera oportunidades para regiones periféricas como Antofagasta, pero también supone un desafío.
El acceso digital a mercados y servicios antes lejanos ha aliviado algunas carencias persistentes. Allí donde escasean médicos, la telemedicina ofrece una alternativa. La formación profesional, antes limitada a la oferta local, ahora se expande mediante cursos en línea de las mejores universidades del país y extranjeras. Estos cambios, centrados en el sector de servicios, han contribuido a reducir el aislamiento histórico del norte. Sin embargo, en esa misma medida, han debilitado los cimientos de un mercado laboral local arraigado.
Lo que algunos han llamado la "tercera ola de la globalización" encuentra en la digitalización una de sus principales manifestaciones y sus impactos más evidentes se dan en el mundo del trabajo. En sectores como los servicios informáticos, la oficina se ha vuelto prescindible. Muchas son virtuales y el lugar de residencia es cada vez más irrelevante. Para profesionales de Antofagasta, el traslado a Santiago ya no es necesario. Pero la misma lógica que permite trabajar desde la región permite, también, hacerlo desde cualquier otro lugar del país.
En la gran minería, los camiones ya no se manejan desde las faenas. Se operan desde centros de control remoto. ¿Por qué alguien elegiría vivir en una ciudad que para muchos no ofrece una calidad de vida suficiente, si puede trabajar desde lugares que se consideran más atractivos? Nuestra región puede perder capacidad de retención y atracción de profesionales cuando ya no es una condición para el empleo. A esto se suma la probable pérdida de puestos de trabajo debido a la automatización: un dron, manejado por un solo operador, reemplaza a quince trabajadores que antes recorrían el desierto a pie.
Como advirtió Daniela Álvarez en su columna del 20 de mayo, en los próximos diez años se requerirán al menos 2.500 trabajadores capacitados en tecnologías de la industria 4.0 solo en la macrozona norte. Muchos de los nuevos mineros se parecen más a jugadores de videojuegos que a los obreros del siglo pasado: jóvenes que dominan entornos virtuales antes que herramientas físicas. Hoy, no estamos preparados. En áreas clave como la inteligencia artificial, la brecha es amplia.
Empresas proveedoras y trabajadores locales con décadas en el rubro enfrentan el mismo desafío: adaptarse o desaparecer. Para algunos emprendedores, este cambio puede ser una oportunidad. Pero no solo requiere inversión pública y privada, sino un entorno que retenga el talento. Sin mejoras concretas en la calidad de vida, incluso aquellos capaces de adaptarse podrían optar por irse.