Dinamismo y deuda con la calidad de vida
Antofagasta podría ser -debe serlo- un territorio que sea ejemplo para Chile, pero la realidad es muy distinta. Las regiones mineras tienen mala imagen. Debería observarse con atención y preocupación que un territorio tan rico tenga problemas tan serios. Calama, por ejemplo, tiene una demanda contra el Estado por estos asuntos. Muy grave.
Los resultados del nuevo Índice de Calidad de Vida Urbana (ICVU) 2024 revelan un viejo dilema para Antofagasta y Calama: ciudades económicamente vigorosas, pero social y urbanamente estancadas. El contraste entre su potencial productivo y las condiciones cotidianas que enfrentan sus habitantes vuelve a poner sobre la mesa una pregunta incómoda para muchos que no ven la relación directa entre el dinamismo económico y bienestar real.
No es casualidad que la mejor evaluación esté relacionada con el motor minero. Esta industria ha sostenido el empleo y la actividad empresarial, pero los beneficios no se están quedando en el territorio.
La lentitud de las obras públicas, la falta de fiscalización a contratistas, la escasez de espacios públicos y la débil participación ciudadana se convierten en factores que erosionan el sentido de pertenencia y el tejido social. La infraestructura no solo se construye con cemento, sino también con confianza y colaboración.
El ICVU no debería ser visto como una fotografía más, sino como un llamado urgente a repensar el modelo de desarrollo regional. Antofagasta, Calama, Mejillones, Tocopilla, Sierra Gorda, no puede seguir viviendo de la paradoja de ser una región rica con barrios pobres. Se requiere una inversión decidida en salud pública, transporte, vivienda y espacios urbanos de calidad. También un compromiso real por parte del sector privado para que su aporte no se limite a los balances contables, sino que se traduzca en ciudades gratas.
Fortalecer un clúster efectivo y potente -lo que pasa por desarrollar barrios industriales de verdad- es una de las tantas tareas pendientes . Es posible y para lograrlo, debe superarse su inercia y apostar por un modelo donde el crecimiento económico no vaya por un carril distinto al de la dignidad urbana, algo que es cada vez más evidente.