El derecho a la cultura: una casa para las artes en nuestra ciudad
"El acto de tener un centro cultural es una necesidad social, tanto como lo es una escuela o un hospital. El arte y la cultura no son simples entretenimientos, sino herramientas fundamentales para la formación de mejores ciudadanos". Francisco Tapia Cortés, Muralista y Arquitecto
En cada ciudad existe un latido invisible que la define, una memoria colectiva que la habita más allá del concreto y el acero. Ese pulso está dado por su gente, por sus historias y, sobre todo, por su arte y su cultura. Sin embargo, en nuestra ciudad, marcada por la industria y la extracción, ese latido parece cada vez más débil. Nos enfrentamos a una paradoja inquietante: mientras se extraen recursos naturales, se descuida y despoja nuestro recurso más valioso, nuestra identidad cultural.
Hoy vivimos la vulneración sistemática de un derecho fundamental: el acceso a espacios dignos para la creación, la formación y la difusión artística. No contamos con un centro cultural público que nos permita construir comunidad desde las artes, un lugar donde los artistas puedan desarrollar su trabajo y donde las nuevas generaciones encuentren inspiración y herramientas para expresarse. Esta carencia no es sólo un problema para quienes crean, sino para toda la sociedad, pues sin espacios para el arte, la cultura y el encuentro, una ciudad se convierte en un territorio sin alma.
Asimismo, en nuestras calles existen edificios patrimoniales que han sido olvidados, estructuras que alguna vez fueron símbolos de progreso, y hoy sólo son testigos mudos del paso del tiempo. El hecho de recuperar uno de estos espacios y darle vida como casa matriz de las artes no sólo sería un acto de justicia para la historia de la ciudad, sino también una declaración de principios sobre el tipo de sociedad que queremos construir.
Imaginemos por un momento lo que significaría transformar un edificio patrimonial en abandono en un centro cultural público: un lugar donde converjan el teatro, la música, la pintura, la literatura, arte urbano, disciplinas circenses y las artes visuales; un refugio para los artistas locales que, en lugar de buscar oportunidades fuera, podrían crear aquí, nutriendo el tejido cultural de la ciudad; un espacio donde los niños y jóvenes encuentren en el arte una alternativa a la indiferencia y la desolación; un sitio donde la comunidad se reúna a compartir, aprender y crecer.
No estamos hablando de un capricho ni de un lujo. El acto de tener un centro cultural es una necesidad social, tanto como lo es una escuela o un hospital. El arte y la cultura no son simples entretenimientos, sino herramientas fundamentales para la formación de mejores ciudadanos, para la construcción de sentido de pertenencia y para el desarrollo de una sociedad más equitativa y critica.
Nuestra ciudad necesita un corazón cultural, un espacio que trascienda la industria y la explotación de recursos para convertirse en un faro de conocimiento, creación y encuentro. No podemos seguir normalizando el abandono de nuestros espacios y de nuestra identidad. Debemos exigir la recuperación de un edificio patrimonial para convertirlo en lo que siempre debió ser: un hogar para las artes y la cultura.
Este llamado no es sólo para los artistas, es para todos, porque una ciudad sin cultura es una ciudad sin memoria, y una ciudad sin memoria está condenada a ser sólo una zona de paso, un lugar sin rostro ni historia. Es momento de recuperar lo nuestro, de darle vida a lo que otros han dejado morir, de abrirle las puertas al futuro a través del arte.
Que esta columna no sea sólo una reflexión, sino el inicio de una acción concreta. Hagamos que nuestra ciudad vuelva a latir, pues un patrimonio en abandono, debe ser una oportunidad para la Cultura, y más allá de un centro cultural, un compromiso con el futuro.