Añoranzas y recuerdos de la Antofagasta de los años sesenta
Con nostalgia y casi con rubor trato de rememorar mis años en Antofagasta. Primero en 1960, como profesor de Ciencias en el Colegio San Luis de los jesuitas. Luego entre 1963 y 1965, como profesor e investigador en la joven Universidad del Norte. Años más tarde, en la Universidad de Antofagasta (1984-1993). Se agolpan los recuerdos, gratos, plenos y colmados de nombres ilustres de la época.
Citaré solo algunos -ilustres- con los que me tocó convivir. Gerardo Claps, primer director de las Escuelas universitarias dependientes de la Universidad Católica de Valparaíso, el germen de la futura Universidad del Norte. Dinámico, incansable, prolífico promotor de la cultura y la ciencia. Enamorado del arte y el cine como herramientas de formación de los jóvenes. Oscar Bermúdez, historiador del salitre, adusto, esquivo pero incansable rastreador y "olfateador" de tesoros documentales, autor de la "Historia del salitre". Andrés Sabella, el inventor de "Norte Grande", eximio profesor de literatura castellana. Lo veo aún, a la salida de sus clases, asediado por sus estudiantes, ansiosos de escuchar su poética y encantadora narrativa. Waldo Valenzuela Valderrama, generoso coquimbano, pintor ilustre, el creador de las notables exposiciones anuales de "Cristo en el Arte", cristiano ejemplar, maestro de generaciones, activo impulsor del arte pictórico en la región. Carlos Espinosa, el inquieto y dinámico físico, inventor de los afamados "atrapanieblas", artefactos para captar la camanchaca costera, invento hoy aplicado con notable éxito en todo el mundo. José María Casassas Cantó, historiador eximio e incansable de la etnia atacameña o Likan antai y rescatador de los antiguos archivos parroquiales. El médico Dr. Antonio Rendic, croata de nacimiento, avecindado en Antofagasta. Conocido y admirado como el "médico de los pobres", hombre de profunda fe, austero, generoso, entregado a su misión entre los pobres y desamparados de la ciudad a los que atendía gratuitamente, y por añadidura, escritor y exquisito poeta que antaño nos deleitara con sus breves escritos en "El Mercurio" de Antofagasta, bajo el seudónimo de "Ivo Serge". Tal vez, un futuro santo de la iglesia católica. Y por último, un jesuita belga, Gustavo le Paige, en cuyo museo de San Pedro de Atacama, aprendí a estudiar y admirar la riquísima cultura atacameña, con más de 10.000 años de historia. A le Paige debemos nuestra vocación antropológica.
Esta pléyade de personalidades, estrictamente contemporáneas, contribuyó a moldear nuestro carácter y nuestra admiración por la ciencia, la cultura, la historia y la antropología regional. Haber convivido y aprendido de todos estos seres admirables, ha sido un raro privilegio, un regalo divino que hoy no ceso de valorar y agradecer.
Luminarias que han facilitado y enriquecido nuestro azaroso andar por esta vida.
Dr. Horacio Larrain Barros, antropólogo y arqueólogo.