Secciones

El último sobreviviente de la Esmeralda que vivió en Antofagasta

HISTORIA. El 21 de Mayo contado por Wenceslao Vargas, grumete de la corbeta Esmeralda.
E-mail Compartir

La mayor gesta a nivel nacional en el mar es la que ocurre con nuestros valientes marinos en la Guerra del Pacífico, específicamente el 21 de mayo de 1879 entre el blindado Huáscar y la corbeta Esmeralda, sin dejar en el olvido a la gran hazaña de Carlos Condell y su tripulación con la pequeña Covadonga haciendo encallar a la también blindada Independencia en Punta Gruesa.

En junio de 1905, por las polvorientas calles de Antofagasta, caminaba don Wenceslao Vargas quién fue grumete de la gloriosa corbeta Esmeralda bajo las órdenes de nuestro héroe nacional don Arturo Prat Chacón. Quizás pasando desapercibido entre la gente como un gran héroe, por esa época don Wenceslao realizaba trabajos de jornal barretero en la pampa cercana a Antofagasta.

El día jueves 15 de junio de 1905 se dirigió a la oficina de redacción del diario El Industrial para pagar su suscripción al diario. El periodista estaba atendiendo a don Tirifilo quién era un vecino que se encontraba retirando una suma de dinero en las oficinas. Al despacharlo, ingresa anónimamente el nuevo cliente. El periodista del diario El Industrial nos cuenta lo siguiente:

¿El señor Administrador?

Yo lo puedo atender.

Vengo a renovar mi suscripción a El Industrial.

Perfecto señor.

Solo hoy he podido bajar de la oficina para renovarla y siento ¡tanto! No haber podido leer algunos ejemplares en que se hablaría de la guerra.

¿Le ha interesado mucho?

Sí señor, y sobre todo la batalla naval.

Continuaran llegando cablegramas importantes sobre los arreglos de paz.

A mí solo me han preocupado las batallas navales y no es extraño, la cabra tira pa´l monte.

¿Ha sido usted marino?

Sí señor, de la Esmeralda

¿De la que fue vendida a Japón?

No, de la de Iquique

Ah!... de la Esmeralda de Iquique!…, ¿su gracia señor?

Wenceslao Vargas

Con ese breve dialogo el periodista queda extasiado, ya que frente a él tenía a un verdadero héroe, uno de los pocos que quedaban de aquella gloriosa jornada.

Dos horas más tarde volvería a las oficinas del diario El Industrial don Wenceslao para contar su historia. El periodista lo describe de estatura mediana y faz morena nada raro en ese momento si era un trabajador de la pampa nortina, de ojos claros y expresión tranquila. Wenceslao era un hombre joven aún de 44 años, de palabras, maneras sencillas y humildes. Se le veía como un pacífico obrero, metódico, encariñado con su mujer y bueno para ser siempre consecuente con sus amigos y compadres, no para héroe. "Pero así son estos diablos, noble y sublimes rotos de Chile", así lo describe el periodista que lo estaba mirando, por su humildad simplemente veía una persona normal y de la calidad de héroe que era.

Como lo había prometido, Vargas vuelve a la imprenta de El Industrial, esta vez lo hacía con sus medallas como si fuera necesario presentarlas para que le creyeran que había sido compañero del comandante Prat. Los muchachos allí presentes lo miraban con asombro al presentarse con todas sus preseas de héroe colgadas en su pecho, prendidas a llamativas cintas de raso y con la insuperable belleza de los tres colores patrios. Wenceslao toma asiento y comienza a contar sobre el Combate Naval del cual fue participe:

"Nací en La Serena. El 79 tenía 18 años y estaba en el Callao. Al día siguiente de la declaración de guerra, me embarqué para Chile con el fin de enrolarme a la Marina y en Iquique entré como grumete a la Esmeralda. Cuando la escuadra partió hacia el norte y quedamos la Covadonga y la Esmeralda en Iquique, rabiábamos los niños. Buen dar hermanito nos decíamos unos con otros, nos ha dejado aquí porque no servimos pa´naa. De pelear, no teníamos ni esperanzas. Y así, pasábamos, muy bien sí, porque mi comandante Prat, era una dama; lo queríamos como a una niña bonita y era muy re´bueno el hombre; pero lo creíamos cobardón, eso sí. El 21 de mayo como a las cinco de la mañana, la atmósfera estaba despejada, se vieron dos humos al norte. Buques nuestros son, dijeron los muchachos. Pero cuando los humos se iban viendo mas cerca, el tope dice: son el Huáscar y la Independencia, y le dio cuenta al oficial de guardia. Este fue en el acto a la cámara del comandante. ¡Ahora sí que vamos a pelear! Decía lo más contenta la tripulación. Muchísimos creían que nos íbamos a tomar al Huáscar. Pero yo que lo había visto en el Callao... Arturo Prat, lo primero, dio orden de secar la cubierta que habíamos empezado a lavar, como siempre a las cuatro de la mañana. Cuando estuvo el buque bien aseado, se llamó a almorzar a la gente. Y después, todos a ponerse su ropa de parada. Pero si Prat estaba con esa calma interrumpe el periodista a Vargas, la tripulación no estaría toda tranquila, puesto que se acercaban los buques peruanos. ¡Qué! Señor. Usted no sabe lo que eran esos peines. Yo vi a tres marineros que se afeitaron antes de vestirse. Y cuando todos estábamos vestidos era de ver a los rotos lo más entallados; ni uno había quedado sin peinarse y arreglarse lo más que pudo. Entonces fue cuando, estando todos en cubierta, mi comandante habló: Muchachos dijo, teniendo apoyada la mano izquierda en la empuñadura de la espada, muchachos: el combate va a ser desigual, pero la bandera chilena no se ha arriado jamás en la tierra ni en el mar. Mientras yo viva flameará al tope y si yo muero, mis oficiales y todos ustedes sabrán cumplir con su deber. ¡Hurra! ¡Hurra! ¡Hurra! Y ¡Viva Chile! Fue el grito que atronó la rada de Iquique, al terminar sus palabras mi capitán Prat, grito que parecía salido de un solo hombre que tuviera pulmones de toro. Había en la Esmeralda dos banderas: una que se usaba diariamente y otra más fina y grande. Esta fué la que izamos entonces. La brisa la hacía ondular en su ascenso y subía y subía envolviéndose y desplegándose como nerviosa de subir más luego. Y el cielo, clarito. Y el sol alegre, risueño, como sonriendo de verla subir, a la querida bandera. En la punta del mesana fue agitada gozosamente por el viento. Después se desplegó serena y orgullosa. Mi capitán Prat se puso al habla con el capitán Condell. Cada uno de nosotros en su puesto. Los buques peruanos estaban