Atomización política
Mg. Alberto Torres Belma , Sociólogo - Académico de la Universidad de Antofagasta
En la década de los 70 el entonces Presidente y Senador del Partido Comunista, Luis Corvalán Lepe habló de "grupúsculos" para referirse a aquellos partidos políticos que "nacían y morían" y que en su corta existencia provocaban más problemas que beneficios. Por cierto, éste era un fenómeno propio de la institucionalidad previa al golpe militar: la cantidad excesiva de partidos, "asegurando la efectiva proporcionalidad y representación de las corrientes de opinión política", según lo establecía la Constitución de 1925. Podemos presumir que la intención fue buena, pero sin duda fue una de las causas del agotamiento de la antigua democracia, generándose inestabilidad y colectividades -la mayoría de las ocasiones-minoritarias que, al sentirse dueñas de la razón, no otorgaban gobernabilidad por su propia orgánica inestable; por sus inesperadas fusiones con otras corrientes; y que se formaban en algunos casos por diferencias doctrinarias propias al interior de los partidos. La paradoja es que así y todo, Chile tuvo una de las democracias más estables bajo el imperio de la anterior Carta Magna, salvo el interregno entre el término del primer gobierno de Arturo Alessandri (1920-1925) y la anarquía (1931-1932), además del golpe militar.
Desde la eliminación del sistema binominal y su reemplazo por uno proporcional, son diversos los partidos surgidos, algunos precisamente por lo que reseñaba Corvalán; y otros, probablemente, por nobles intenciones. Sin embargo, es indispensable que prospere la reforma constitucional que propone la reducción de parlamentarios y de partidos políticos. Lo último facilitaría la conformación de grandes bloques como los que imperaron en Chile desde el retorno a la democracia, fenómeno que favoreció los acuerdos y gobernabilidad, además de promover la existencia de gobiernos de mayorías, en lugar de regímenes sectarios, minoritarios e inclusive caudillistas que podrían representar la panorámica de los años venideros.
Lamentablemente, la posibilidad de constituir múltiples colectividades políticas - a veces nacidas de simples caprichos - ha potenciado el extremismo ideológico en la izquierda y derecha, contribuyendo a una profunda polarización de la sociedad y al fracaso de dos procesos constitucionales, en donde el país "se farreó" la posibilidad de contar con una Constitución construida en democracia, precisamente por el escenario revanchista que impregnó ambos procesos, imperando el concepto de "multipartidismo polarizado", acuñado por el politólogo Giovanni Sartori.
Sería beneficioso para el país retomar los grandes acuerdos de antaño o contar con un bipartidismo que permita ordenar el mapa político. Pero el bipartidismo por sí solo no es la panacea si no está condicionado a la efectiva capacidad de responder a los cambios de la sociedad, transformándose en un sistema abierto al entorno, como postuló el sociólogo Niklas Luhmann en su célebre Teoría de Sistemas Sociales. Según este autor, si tenemos un sistema social cerrado a la información del ambiente, se generan procesos de neguentropía (negación del cambio) lo que es el caldo de cultivo para las crisis. Probablemente, si nuestro antiguo bipartidismo hubiese operado como sistema abierto y no cerrado, hubiésemos evitado grandes convulsiones.
En consecuencia, la reforma al sistema político chileno enfrenta el desafío de promover un bipartidismo abierto al entorno; o un multipartidismo no polarizado, como señalara Sartori; pero al parecer éste último no ha dado resultados fecundos en la realidad política chilena.