En el Norte Grande se han revelado, hace décadas, y por qué no decirlo desde centurias, vidas, aventuras, nortinidad, historias y documentos. En esa singular amalgama, prácticamente por derecho propio, se ha constituido un material que sigue siendo estudiado y apreciado por quienes participan de una épica que ha ido floreciendo en el desierto. No hay otra expresión para guiarnos en el cúmulo de cosas, experiencias, derroteros y objetos que, con sus distintos propósitos, han explicado ese extraño silencio del desierto, las sacrificadas vidas de salitreros y calicheros como, también, las gratitudes más sublimes de su gente. Y si queremos o pretendemos llegar a todos con estas ideas es menester, como dijera Antonio Machado, hacer la historia con sus tiempos y contratiempos; con sus vicisitudes y anhelos significativos.
De pronto, como un dato anecdótico, en estos días, de pleno otoño, un estudiante universitario, con quien conversaba, reparó en un documento que estaba en una mesa, dentro de un simple archivador, que tenía como remitente la Compañía de Salitres y Ferrocarriles de Antofagasta, y que estaba dirigido a don Evaristo Soublette Buroz. El documento era de marzo de 1884 y tenía un color amarillento, con algunas pequeñas manchas cobrizas, de un tamaño como hoja de carta, escrita caligráficamente. El papel estaba legible, a pesar de su antigüedad de 140 años, y trataba de cuatro asuntos: acerca de una memoria que aprobaba un consejo, una correspondencia de embarques, en la oficina de lanchas; la mención de una factura de la cual se precisaba su conformidad y unos giros de dinero que fueron oportunamente atendidos.
A la luz de estos detalles, una palabra captó mi atención: el apellido Soublette. Al paso del tiempo, recordé que dicho apellido aparece en el antológico libro "Narraciones históricas" del notable Isaac Arce, primer eslabón de nuestra identidad antofagastina; que, volviendo a casa, revisé el capítulo 34 titulado "La industria del salitre" donde, en la página 406, aparece una imagen, fechada en el año 1883, en la que Evaristo Soublette aparece junto a un grupo de diez empleados superiores. Este caballero era hijo de un presidente de Venezuela y con los años se convirtió en un funcionario gerente de la compañía salitrera y fundador de una logia masónica.
El historiador Isaac Arce relata en su libro que, tras la invasión del puerto de Antofagasta, en febrero de 1879, sucedió lo siguiente "En aquellos momentos, la ciudad se encontraba ya profusamente engalanada con banderas y gallardetes nacionales, que le daban un alegre aspecto de día de fiesta patriótica…". Y Arce agregaba: "En la plaza principal que, desde aquellos años tan distantes de nuestros días, ya se denominaba con el mismo nombre actual de Plaza Colón, hervía la gente y se arremolinaba, exteriorizando la aprobación a la actitud del gobierno de Chile y entregándose después a diversas manifestaciones de alborozo y júbilo. Luego se improvisaron dos o más tribunas públicas, desde las cuales oradores vehementes, peroraban, entusiasmando a sus oyentes con sus arengas patrióticas". "Así, por ejemplo, recordamos que el distinguido caballero venezolano D. Evaristo Soublette, que era gerente de la Cía. de Salitres y F.C. de Antofagasta (dio una arenga) (…) y que, a la sazón, encontrábase incidentalmente en esta ciudad". Solo como dato agregado en este texto, para conectarlo con la actualidad, Evaristo Soublette es bisabuelo del Premio Nacional de Humanidades 2023, el musicólogo Gastón Soublette, nacido en estas tierras antofagastinas.