Esta semana, marcada por el Día Mundial de la Eficiencia Energética y el plazo para reportar sistemas de gestión de energía, destaca la importancia de abordar este pilar en la búsqueda de la Carbono Neutralidad. La Ley de Eficiencia Energética ha desafiado a las grandes empresas a implementar sistemas de gestión que abarquen el 80% de sus consumos.
Sin embargo, la implementación es solo el comienzo. ¿Cómo avanzamos en la eficiencia energética después de la implementación? ¿Qué proyectos podemos emprender y cómo medimos y verificamos su impacto?
El primer paso, es realizar un diagnóstico energético de las instalaciones, para identificar los procesos o equipos principales que representan al menos el 80% del consumo.
El segundo paso, definir indicadores de desempeño energético, validados estadísticamente según el protocolo internacional de medición y verificación (IPMVP), estableciendo así una línea base y sobre estos indicadores y líneas base es que nuestras Medidas de Mejora de Eficiencia Energética (MMEE) pretenden aumentar el desempeño energético de la compañía.
Finalmente, un análisis técnico y de prefactibilidad evalúa el impacto de estas medidas, considerando el flujo de caja y criterios financieros como VAN, Payback y TIR.
Este análisis, a veces requiriendo equipos de medición adicionales, respalda la inversión en eficiencia energética y facilita el impulso económico para futuras iniciativas, creando un ciclo virtuoso de mejora continua del desempeño energético.
En la encrucijada actual, donde las grandes empresas se enfrentan al desafío inminente de cumplir con las disposiciones de Eficiencia Energética, es imperativo trascender la mera implementación y consolidar un compromiso sostenido con la eficiencia energética. La acción no solo radica en seguir normativas, sino en internalizar el concepto de ahorro inteligente de energía como parte fundamental de la identidad empresarial.
La verdadera transformación se encuentra en la medición y verificación continuas, en la constante evaluación de las mejoras implementadas, y en la adaptación proactiva a nuevas oportunidades tecnológicas que puedan potenciar aún más la eficiencia. Este proceso, lejos de ser una carga, se convierte en un catalizador para la innovación y la competitividad sostenible en un mundo que demanda cada vez más prácticas empresariales responsables. Es el momento de que las grandes empresas no solo cumplan con la Ley de Eficiencia Energética, sino que lideren el camino hacia un futuro energético más inteligente, sostenible y económicamente viable.