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Amelina, la escritora ucraniana que dejó la literatura y murió en ataque a una pizzería

KRAMATORSK. La joven autora acompañaba al colombiano Héctor Abad. Ahora se dedicaba a documentar crímenes de guerra.
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La escritora ucraniana de 37 años Victoria Amelina, que murió el domingo por las heridas del misil que cayó el pasado martes en la pizzería de Kramatorsk, dejó su trabajo como novelista después de que el Ejército ruso invadió su país para documentar los crímenes de guerra de las fuerzas ocupantes.

"Se veía raro verte a ti, una intelectual dulce e increíble, llevando un chaleco antibalas. No eras un soldado y yo pensaba que nada podía pasarte porque lo único que estabas haciendo era mostrar al mundo nuestro país", escribió Oleksandra Slavkovka, del Municipio de Leópolis y amiga de Amelina, mientras se conocían ayer cientos de homenajes a esta estrella literaria emergente.

Amelina resultó mortalmente herida cuando acompañaba en el este de Ucrania al escritor colombiano Héctor Abad y al antiguo comisionado por la paz Sergio Jaramillo.

La delegación pretendía aportar su apoyo a los ucranianos con su campaña "¡Aguanta Ucrania!" y reunir pruebas de los crímenes de guerra rusos. Amelina se prestó a servirles de guía en la región a la que se sintió tan unida en los últimos años.

Ahora investigadora

Amelina, nacida en la ciudad de Leópolis, cambió su carrera de programadora por la de escritora en 2015. Había escrito para niños y también exploró la complicada historia de Ucrania en el siglo XX en sus novelas. Recibió el premio literario Joseph Conrad en 2021. Su novela "Un hogar para Dom" fue recientemente traducida con este título al español.

En 2012 la escritora fundó el Festival de Literatura New York en la ciudad epónima ucraniana situada a varios kilómetros de la ocuada Donetsk.

Se dedicó a revelar la rica historia multinacional de esta región industrial que atrajo inversiones y pobladores de toda Europa antes de sufrir la represión masiva y la rusificación en los tiempos soviéticos.

La invasión obligó a Amelina a abandonar su idea de continuar con el festival en 2022. Esperaba recuperarlo pronto, en cuanto la guerra terminara, y estaba organizando un campamento de verano para niños desplazados procedentes de la New York ucraniana, como explicó a Efe en una entrevista en junio.

Desde el verano de 2022 Victoria trabajó documentando los crímenes de guerra cometidos en los territorios liberados por el Ejército ucraniano como parte del esfuerzo de la organización de defensa de los derechos humanos "Truth Hounds" ("Sabuesos de la verdad").

Esta ONG complementa los esfuerzos del estado y de otros voluntarios para reunir y proteger los testimonios de las acciones rusas para que luego puedan ser utilizados en los tribunales. "Los crímenes más frecuentes que documentamos son los de tortura y secuestro de habitantes locales en los territorios ocupados", explicó en esa ocasión.

Fue Amelina quien encontró un diario que el autor infantil ucraniano Volodimir Vakulenko logró ocultar en su jardín de la localidad ocupada de Kapitolivka en Járkov antes de que le detuvieran las tropas invasoras. Su cuerpo fue encontrado con dos orificios de bala en la fosa común de Izium.

Mostrar la guerra

Amelina trabajó también para informar al público extranjero y al latinoamericano en particular sobre la invasión rusa de Ucrania y participó en el Festival "Hay" de Cartagena, Colombia, el año pasado.

Se encontró con Héctor Abad y Sergio Jaramillo durante la presentación de la campaña "¡Aguanta Ucrania!" en una feria literaria en Kiev y les acompañó a lugares de Donetsk "donde se podían demostrar claramente algunos de los crímenes de guerra cometidos por los rusos", dijo Abad un día después del ataque contra la pizzería de Kramatorsk.

El escritor colombiano subrayó que Rusia intenta "negar que Ucrania existe, negar que tiene su propia libertad, independencia e identidad".

En una declaración, la ONG "Truth Hounds" afirma que la muerte de Amelina y otras doce personas en Kramatorsk es "otro eslabón en la cadena de crímenes" y que Rusia "demuestra otra vez que no le importan ni la población civil ni la legislación internacional".

"Las víctimas esperan justicia. Las cárceles esperan a los criminales. No se trata solo de los ucranianos. Va de toda la humanidad y de nuestros valores", subrayó la ONG, que llama a "acabar del todo con la impunidad de Rusia".

Sabella, Rivano, Rivera y Chicago Chico

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En 1962, Luis Rivano, escritor y librero chileno, editó una novela prohibida por la cultura oficial: "Chicago Chico", de Armando Méndez Carrasco, título inspirado en la ciudad de Al Capone. Alcanzó los más altos niveles de ataque social sufridos por una obra chilena y, sin embargo, alcanzó 20 ediciones. Su continente relata el bajo fondo del barrio Matta-San Diego en los años 30-40, cuando Huérfanos ardía por la noche. Bares y cantinas perfumadas de jazz, bohemia y matonaje, donde deambulaban delincuentes, borrachos, jugadores, traficantes y prostitutas.

Los ataques proceden por el vocabulario del "bajo fondo" capitalino, chapa que le impuso la literatura oficial, calificándolo de dialecto mecánico y copia del coa mapuchino. Según el crítico Ricardo Latcham, en la obra "no se esconden consignas ni prédicas de tipo político, sino un amor a la veracidad, que lo conduce a excesivas demasías de un naturalismo desenfadado" por las anécdotas y lenguaje soez con que Méndez desnudó al hampa criolla, mucho antes que Mario Puzo lo hiciera con El Padrino de New York.

Un crítico marxista sostuvo que el autor no pintaba al pueblo chileno, sino a los subproductos de la clase proletaria. El libro introdujo un paisaje que parte de la población no quería reconocer: que la coprolalia subyace en la cotidianidad y que en ello Chicago Chico alcanza alturas extraordinarias.

Los apodos que utiliza Rivera Letelier para sus personajes, en su recorrido por los caminos sórdidos de la pampa, están emparentados con el hiperbolismo de lo material y corporal que ocupa Méndez: La Flor de Té, El Gomina, el Mario Corneta, son parientes de La Ambulancia, El Burro Chato y el Astronauta en "La Reina Isabel Cantaba Rancheras".

En el prólogo de la edición publicada por Rivano, Andrés Sabella afirma que Méndez "camina con el vaivén de los marineros que salen del mar a los dancings, buscando nuevos balances para su corazón. (…) ¡Cuántas noches recorrimos Santiago, bailando en sus pistas! Méndez, con sus ojillos de ratón lunar, se encontraba siempre dispuesto a quemarse en la rama de cualquier ritmo. '¡Jazz, jazz!', clamaba enloquecido".

Hoy, Chicago Chico es un libro de culto para las nuevas generaciones.

Gustavo Tapia Araya