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Esperanza

"El ser humano posee en sí una fuerza que le permite enfrentar todo, luchar por el sentido y por el éxito".
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Los cristianos vivimos el tiempo pascual, tiempo de resurrección. Cristo ha resucitado, está vivo. Es para nosotros motivo de alegría y esperanza. Cristo está vivo hoy, nos acompaña hoy, perdona hoy. Llega a ser signo de esperanza para todos los seres humanos, creyentes y no creyentes.

La esperanza es la fuerza que nos habita en lo más profundo y esa esperanza es más fuerte que la depresión, que el sufrimiento, que el odio, que la muerte. Pero debemos reconocer que el mal (sufrimiento, odio, guerra, muerte, etc.) es el obstáculo mayor para creer en la resurrección.

En fin, ¿qué es la esperanza? Es creer, sin ingenuidad, que la vida tiene sentido, a pesar de lo que vemos en este mundo. Para muchos la esperanza es un estado de ánimo; para la psicología es una fuerza que permite afrontar las crisis; y para la teología es una virtud teologal, porque nos refiere a Dios. Algunos (como Martín Heidegger) unen la esperanza con la angustia: ven el ser humano abierto al futuro, es decir, a la muerte y al sinsentido. Otros (Jean-Paul Sartre) unen esperanza, conciencia de sí y libertad: el ser humano está condenado a ser libre, condenado porque se creó a sí mismo, y libre porque es responsable de todo lo hace. De allí la angustia.

Virgilio (siglo I antes de Cristo) expresó en la Eneida muy bien la esperanza. Describe una competencia de remos. Al ver a sus amigos enfrentando el viento y las olas con mucha dificultad, Eneas exclama (en el latín compacto de Virgilio): "Possunt quia posse videntur", es decir, "Pueden porque les parece que pueden". La esperanza es una fuerza tan grande que permite el crecimiento de la fuerza física. Y los amigos de Eneas ganaron la regata.

El ser humano posee en sí una fuerza que le permite enfrentar todo, luchar por el sentido y por el éxito. El ser humano sabe enderezarse ante el fracaso, sabe buscar siempre un camino de mejoría; prefiere luchar, aunque haya terremoto, aunque aceche la muerte.

Si es así el ser humano, si la esperanza es una fuerza tan notable y asequible, ¿por qué nuestro mundo prefiere las guerras, el odio y hoy la eutanasia? ¿Por qué en nuestro país hay tanta dificultad para convivir? La guerra y el odio significan poner la razón al servicio de la locura (E. Morin).

La resurrección refuerza la esperanza humana natural: la vida es más fuerte que la muerte; el amor más fuerte que el odio; el perdón recompone las relaciones. El ser humano no existe para la angustia, sino para la felicidad, para la acción y la entrega generosa. Solamente así podemos vivir realmente.

André Hubert Robinet sj

Vice Gran Canciller UCN

La crisis migratoria vive otro episodio

El problema que se vive en la línea de la concordia entre Chile y Perú, es una muestra más que el problema no se ha resuelto y que hoy complica a todo el cono sur. Es allí que la labor coordinada de los pueblos se hace necesaria para encontrar soluciones a la que sabemos crisis migratoria que hoy vemos es una crisis humanitaria.
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La situación migratoria está lejos de resolverse. En nuestro país, tras el traslado de las Fuerzas Armadas hacia la frontera norte, los ingresos ilegales disminuyeron ostensiblemente. Para muchos, una decisión que llega con retraso y que no alcanzará para mejorar las actuales condiciones de las comunas limítrofes, las que deben convivir con un problema que poco tiene que ver con xenofobia y más que nada con las tristes condiciones de un país que se vio superado por el ingreso masivo de foráneos.

En los últimos días, desde Perú han manifestado que las decisiones del gobierno del Presidente Boric -a quien incluso el gobernador de Tacna, tildó de "irresponsable"- están repercutiendo en su territorio.

Quizás exista un poco de razón en las declaraciones o puede ser que nuestro país al poner mayor control a sus fronteras y permitir el ingreso a los que porten los documentos migratorios, no hizo más que compartir una carga que hace días atrás le recaía solo sobre sus hombros.

Hay un importante grupo de migrantes venezolanos que no pueden seguir camino a su país, porque no tienen la documentación requerida. Vienen saliendo de Chile, donde ingresaron por pasos ilegales, y al intentar regresar a su tierra no tienen registros de ingresos o salidas, por ende quedan en un limbo. No pueden pasar a Perú y tampoco regresar a Chile, situación que hoy complica a ambos países.

La responsabilidad no es solo de Chile. Los que están de salida llegaron al país sin mayores inconvenientes y atravesando varios países, los que no opusieron resistencia a sabiendas que no permanecerían en su territorio. Hoy que no tienen esa certeza culpan a Chile en vez de intentar soluciones conjuntas.

Un número no menor de migrantes busca volver a su país ante la imposibilidad de encontrar mejores condiciones de vida. También al constatar que hay países, como el nuestro, que ya no tienen la capacidad de seguir absorbiendo este tipo de oleada.

Es allí que la labor coordinada de los pueblos se hace necesaria para encontrar soluciones a la que sabemos crisis migratoria que hoy vemos es una crisis humanitaria. Son familias, con niños pequeños, que requieren de certezas de qué deben hacer para bien volver a su país o analizar la posibilidad de instalarse en otros.

Mirarlos como refugiados y buscar salidas multilaterales es el obligado paso para resolver lo que hoy ocurre.

Somos imbunchados

"Todos sabemos que somos un país altamente centralizado. Esa expresión se ha escuchado por décadas. Y todos sabemos que en ese esquema sufren las municipalidades". Francisco Javier Villegas, Escritor y profesor
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Hace años que me pregunto acerca de si la promesa nacional de mejorar las condiciones laborales en Chile, por parte de los gobernantes de turno, será una exacta realidad. En la antesala del día del trabajo, parece que vivimos de cosas que no podemos hacer o cumplir. Tal vez podamos cerrar los ojos y soñar tantas promesas y anhelos de oportunidades que, dentro del sueño, se puedan cumplir. Al menos, el presente de ese ensueño nos puede traer algo de felicidad.

Nos damos vuelta, es cierto. Y nos complicamos casi como un mantra sin elección. Y decimos, también, respuestas que no lo son. Si el futuro es impreciso y nos bombardean con las incertezas lo más probable es que no encontremos respuestas acertadas para tener que explicar porqué trabajamos como trabajamos. Un ejemplo: durante bastante tiempo las regiones de Antofagasta y de Magallanes presentaban un producto per cápita mayor a la región metropolitana, pero en ninguna de las nombradas regiones extremas los trabajadores tenían un ingreso superior al de la capital. Lo curioso es, que avanzando en el tiempo, las cosas no han variado mucho pero sí ha aumentado la producción; pero, no así los ingresos. Estos, en rigor, se ven marginales o escuálidos. Tanto así que todavía, algunos se espantan si de sueldos éticos, solidarios o mínimos se trata una conversación. Otro ejemplo, que lo reconocen además importantes investigadores nacionales como Patricio Aroca y Egon Montecinos cuando señalan que el conocido Fondo FNDR, creado en plena dictadura militar, en el año 1978, tiene un núcleo técnico imbuido en el consabido centralismo.

Si se trata de mejorar la condición laboral y salarial de todos, entonces, habría que comenzar a demandar un modelo de distribución justa y humana de la producción y de los ingresos.

Todos sabemos que somos un país altamente centralizado. Esa expresión se ha escuchado por décadas. Y todos sabemos que en ese esquema sufren las municipalidades, las escuelas, las universidades públicas, los barrios por nombrar algunos dolientes. Hay, como dice el profesor Montecinos, una ausencia histórica del reconocimiento autonómico de los espacios, de las macrorregiones o de las construcciones sociales y políticas de dichos lugares que son habitados por seres humanos que trabajan, piensan, sienten, tienen emociones y que, también, se alegran cuando hay motivos para ello. Un gran motivo, en estos días, sería, precisamente una decisión ganada para aumentar el sueldo básico. Sin embargo, también sabemos, no lo podemos desconocer, que las regiones, en muchos casos, están vacías de gobernanza, hay jefaturas, pero no hay líderes ya que lo que existe es burocracia suma lo que conspira en la toma de decisiones. Desde ese punto de vista, aunque sea un tanto escéptico, falta crear identidades socio espaciales, falta preparar la condición calificada y educativa de nuestros trabajadores y falta tener una sensibilidad crítica que salga de los escritorios de las oficinas.

Algún escritor, de cuyo nombre no quiero acordarme, escribió acertadamente que nuestro país está imbunchado queriendo decir que estamos como una pelota sin rebote, prácticamente con una identidad sin luz, sin conciencia y sin plenitud. Es decir, nos está faltando llegar a ser porque todos nuestros gestos culturales que incluye, por cierto, el cuerpo, la cultura, el trabajo, lo cotidiano están como zonas inaccesibles por superestructuras que no desean que se salga del imbunche o del embrujo social e histórico. Aunque sea contradictorio, que no nos avergüence portar el imbunche si nos reconocemos desde esa vergüenza para revelar el rompimiento de una falsa y obscena ilusión.