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La Espiral de la Seguridad

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En Relaciones Internacionales, la espiral de la seguridad se refiere al aumento de la fuerza militar de un estado-nación así como la búsqueda o la firma de alianzas con otros países para responder a través de medidas similares, produciendo mayores tensiones que pueden llegar a la generación de conflictos, aun cuando ninguna de las partes realmente lo desee. Sin embargo, en política doméstica la escalada mediática (y redes sociales) y la realidad palpable como el aumento de un 44,6% de los delitos de mayor connotación social (El Mercurio de Antofagasta, 09/04/2023) hacen pensar que estamos en un problema muy complejo de seguridad interna. Los casos más graves serían las comunas de Tarapacá (3066), Antofagasta (3044) y Atacama (2900).

Haciendo política comparada de la prensa nacional, es posible percibir al menos tres grandes hipótesis relacionadas con el clima político que se vive en el país relacionado al tema de seguridad nacional: a.) la doctrina de los 'hechos aislados' del investigador del CEP, Aldo Mascareño; b.) el 'tufillo' de regresión autoritaria de Cristóbal Bellolio (La Tercera, 09/04/2023); y la 'bipolaridad discursiva' de Oscar Contardo, a raíz del despido de la periodista Paulina Allende Zalazar de un canal nacional. En su columna, Contardo señala que "… El panorama es oscuro: tenemos un gobierno débil que parece exánime frente al cerco opositor; un sector político que explota una crisis de seguridad como arma de ataque; una ciudadanía desconfiada de las instituciones públicas que busca recuperar la seguridad apoyando golpes de efecto oportunistas, y una televisión que atrae audiencia ofreciendo interminables horas para sembrar la alarma sin espacio para el razonamiento crítico. Todo indica que avanzamos hacia una tiniebla espesa de la que será muy difícil salir indemne" (La Tercera, 08/04/2023).

Desgraciadamente la discusión política empieza y se agota en la institución de Carabineros, organismo que ya antes del estallido social venía copando la agenda de la opinión pública, pero que tampoco representa un caso aislado en el contexto internacional. A raíz del asesinato del afroamericano, George Perry Floyd Jr., la academia ha ido analizando, por ejemplo, la idea de una policía clasista en el texto Policía Autoritaria en Democracia (2020). Aquí, Yanilda María González plantea la disociación en el uso de la fuerza y su relación con las clases sociales, de esta manera las clases medias y altas, dado que son menos afectadas y, de algún modo, beneficiarias del uso de la coacción policial que protege sus intereses, tienden a condonar e incluso a favorecer en mayor grado los excesos policiales que las clases subalternas, víctimas preferentes de ellos. Por su parte, Sebastián Roché (De la Police en Démocratie, 2016) argumenta que los gobiernos de los estados-nación no han sabido adaptar sus policías al giro democratizador de las sociedades contemporáneas y, por supuesto, se les hace más difícil la relación con la ciudadanía. Finalmente, la académica de la Universidad de Santiago, Lucía Dammert plantea que el paradigma 'mano dura' sólo ha permitido el desarrollo de una policía racializada en América Latina, cuya represión tiene color de piel y etnicidad.

La espiral no se agota aquí, en un país tan normativo como el nuestro, la carrera por aprobar leyes y proyectos de ley que incluso hagan una relación directa (o variables causa-efecto) entre migración y delincuencia es algo que se observa a diario como parte de esta nueva estrategia socialdemócrata de 'mano dura'. Comparto el punto de vista de Mascareño de que todo atisbo de violencia como el atentado al metro de la Escuela Militar (2014) o la incipiente quema de camiones en el sur en los albores de la democracia, fueron vistos como hechos aislados, pero no como el antecedente de un serio problema que se venía incubando, incluso a nivel internacional. A esto habría que sumarle también los resabios de los enclaves dictatoriales y de transición que han planteado acciones cortoplacistas y sólo enfocadas como dice Oscar Contardo en la 'militarización' de las policías.

Las autoridades de la región han hecho sus descargos, por no considerarnos dentro de la estrategia de estados de excepción. Sin embargo, no es posible observar un plan B que nos ayuda a resolver desde acá el espiral de la violencia a través de la articulación de actores. La espiral se resuelve con más proactividad y menos 'lloriqueo'.

Con odio no hay futuro

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Este país se fundó en base a sencillos valores, con esfuerzo, trabajo y lucha por subsistir ante una naturaleza maravillosa, pero a veces hostil. Al principio, había labriegos cultivando la tierra productiva, con dedicación y cariño por lo que el destino entregó. Nada se construyó con rencor, pues éste no engendra buenos frutos, que perduren en el tiempo. Contrariamente. El odio hace que los frutos del quehacer humano se marchiten, y desvanezcan.

Con odio nadie llegó a tener una casa de madera, con listones pulidos y bien encajados a fin de que el diseño cubra de las tempestades. Tampoco hubo frescos en las iglesias que fuimos levantando, con paraísos pintados, arpas y música celestial. No hay grandeza en el odio entre hermanos; no permite que los padres puedan ver a sus herederos. El odio es un pecado contra la naturaleza, hace que el alimento se vuelva seco como el papel, y el trigo no de buena harina; hace que los límites de lo permitido se borren y nadie encuentre sitio seguro para vivir.

Si sembramos odiosidad, ninguna cosa estará hecha para durar ni acompañar la vida entera, sino para venderse lo más rápido posible, antes que otros lleguen y la aniquilen. El odio se vincula y entronca con la envidia, y ambos se encargan de que los productos no lleguen al mercado, pues no hay ganancia que sea permitida, ni éxito que no genere rechazo. El odio está presente ahora, y se asemeja a una plaga. Mella el juguete en manos del bebé y achata la destreza de la madre que lo cuida, la distrae y preocupa por lo que flota en el ambiente, por lo que se ve venir. Jorge Teillier poeta no trabajó con odio, tampoco Armando Uribe. Ni una sola obra fecunda nació con esas características, ni podría haberlo hecho y ser reconocida como tal.

A Solón le tocó vivir una época colmada de odiosidades, en la Grecia antigua. Pero no fue seducido por las pasiones del momento, y gobernó con paciencia, sabiduría; escuchó a todos, menos a los necios y los violentos, a quienes dejó al descubierto para que el propio pueblo rechazara sus oscuros objetivos. Otro tanto ocurriría unos milenios más tarde, cuando Mandela hubo de enfrentar las injusticias de su pasado, donde hombres que profesaban el fanatismo lo habían encarcelado, y mancillado su dignidad. Sin embargo, él no tropezó con el espejismo aciago del odio o la venganza, sino que guio a su patria natal por los senderos del reencuentro y la paz social. Con toda seguridad, sabía que el odio mata el amor naciente, instala en el lecho la impotencia, y se interpone entre el hombre y la mujer.

Porque el odio alimenta la revancha, se proyecta infinitamente en el tiempo, y produce sólo calamidades, no lo queremos entre quienes van a escribir las leyes fundamentales que nos regirán durante muchos lustros. Si así fuera, nuestro futuro sería muy oscuro.