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Creciente falta de respeto por la vida

La crisis social que afecta al país pasó de la rebeldía con las normas establecidas, lo que abrió el espacio para la delincuencia que hoy no trepida en nada para lograr sus objetivos. Si seguimos normalizando conductas antisociales y fustigando a las fuerzas policiales que intentan controlarlas, difícilmente saldremos de esta situación que hoy es sensible y complicada.
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La delincuencia y las bandas organizadas siempre han estado entre nosotros, conviviendo y tratando de abrirse espacios para ir escalando en la consecución de sus mezquinos fines. Esa realidad no es discutible, pero lo que hoy podríamos discutir es que quienes actúan fuera de la ley, en la actualidad son más agresivos y lo peor es que no temen atentar contra la vida de las personas para cometer sus fechorías.

Es muy doloroso constatar que por conseguir un dispositivo celular, una bicicleta o un mísero botín en dinero, los delincuentes estén dispuestos a matar. Y los ejemplos los vemos a diario, acentuando la sensación de temor que viven los habitantes de nuestras comunas.

La vida no tiene precio y resulta incomprensible que cada vez sean más quienes atentan contra ella, sin remordimiento alguno. Ello expone el problema por el que atraviesa nuestra sociedad, donde sin darnos cuenta se involucionó contra los valores fundamentales.

Los casos de homicidio se han multiplicado exponencialmente en nuestras ciudades. Basta revisar las estadísticas y nos sorprenderá que a la fecha, por ejemplo, una comuna que anualmente sumaba no más de una decena de homicidios anuales, este año ya se contabilizan siete.

Antofagasta luce estadísticas similares.

Esto demuestra una crisis al interior de nuestra sociedad que permitió que el clima de violencia se instalará, sin que fuera atacado en su génesis.

El irrespeto partió con pequeños actos, los que fueron abriendo otros flancos, los que fueron tomados por delincuentes y por los cerebros del crimen, quienes están atentos a irrumpir ante la más leve señal.

Hoy vivimos esas consecuencias y debemos enfrentarla con decisión y con medidas ejemplarizadoras. Hacer sentir que vulnerar la sana convivencia y lo que es peor atentar contra la vida de las personas, no será tolerado y sus autores recibirán el merecido castigo.

Si seguimos normalizando conductas antisociales y fustigando a las fuerzas policiales que intentan controlarlas, difícilmente saldremos de esta situación que hoy es sensible y complicada.

Lo dijo el general director de Carabineros, Ricardo Yáñez, tras la noticia que uno de sus efectivos se encuentra en riesgo vital, tras ser atropellado en un procedimiento en un local nocturno. Y el llamado fue a los legisladores para que aprueben las iniciativas que refrendan las atribuciones de los uniformados para controlar el orden.

Celebrada felicidad

"Cada día, este objetivo de vida es razón y motivo de ejercitación personal. Porque la felicidad, como todo, se obtiene también cultivándola, trabajando en ella".
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El día internacional de la felicidad se celebra el próximo 20 de marzo. La felicidad es un anhelo intrínseco de la naturaleza humana, un deseo universal, independiente de la adscripción que cada uno tenga sobre el destino definitivo, después de la vida en la tierra. Cuando se le pregunta a los padres qué quieren para sus hijos, que esperan para ellos, como el mayor y el mejor bien, no dudan en responder que sean felices.

¿Es posible ser felices ? ¿ O todo esto es una quimera, algo fantasioso, un afán irrealizable ?.La psicología positiva define la felicidad como el funcionamiento humano óptimo, a partir del bienestar, e identifica aquellos factores que permiten a las personas y a las comunidades vivir plenamente, a partir de cuatro pilares básicos: las emociones positivas (felicidad, satisfacción, bienestar); los rasgos individuales positivos (carácter, talento, intereses y valores); las relaciones interpersonales positivas (compañerismo; amistad; matrimonio); y las instituciones positivas (familias, centros educativos, organizaciones, comunidades), (Park y Peterson, 2009).

La evidencia científica presenta tres áreas que predicen la felicidad de las personas. Los genes, las circunstancias y la actividad deliberada. La composición genética marca la línea base o valor de referencia de la felicidad, y predice hasta un 50%. El restante 50% no está determinado al nacer. Las circunstancias vitales (estado civil, nivel socioeconómico, las experiencias de todo orden) determinan nada más que un 10%. Finalmente queda el 40% más importante, nuestros actos deliberados, lo que decidimos hacer con nuestra vida. Entonces es enormemente reconfortante el que nuestra felicidad dependa en gran medida de nosotros mismos. También saber que existen numerosas actividades que podemos llevar a cabo para aumentarla (Lyubomirsky, 2008).

¿Cómo incrementar la felicidad? Entre otras prácticas se puede considerar la gratitud, esa admiración y aprecio por la vida, la belleza y la excelencia, por las personas que más queremos y los bienes recibidos; el optimismo, abordando el mundo y los acontecimientos de manera positiva y generosa; el orden y la serenidad, que permite evitar dar vueltas a las cosas de forma innecesaria y excesiva; la amabilidad, la solidaridad y la capacidad de perdón, en las relaciones familiares y sociales; el saborear las alegrías de la vida, disfrutando y festejando las buenas noticias y recuerdos; el compromiso y la pasión con los objetivos y los desafíos personales; el atender el propio cuerpo y la salud, haciendo deporte, cuidando la alimentación, sabiendo descansar.

Existe esta fecha señalada, en la que se celebra la felicidad. Por otra parte, cada día, este objetivo de vida es razón y motivo de ejercitación personal. Porque la felicidad, como todo, se obtiene también cultivándola, trabajando en ella.

Manuel Dannemann Correa

Master en Psicología Positiva

Evocación de un pintor

"La obra de Francisco Javier Smythe es un imaginario inconcluso que combinó el optimismo, la erupción del color, el pop, el primitivismo refinado". Francisco Javier Villegas, Escritor y profesor
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Lo recuerdo en el sueño de sobrepasar todos los límites imaginables, sin ningún tipo de restricción o prejuicio frente al espacio de creatividad para centralizarse en el orgullo infinito de su pintura, fiel reflejo de esa naturaleza limpia, amable y sencilla que poseía. Lo recuerdo invocando un tiempo ágil, bajo su barba, buscando algo cuya forma desconocía, del todo: la búsqueda de una realidad indefinible, el deseo fugaz o la suavidad de la luz. Un día de esos, hace ya casi treinta años, en que la existencia se levantó simultáneamente con un rigor de esplendor y gesto súbito, nos encontramos con el pintor Smythe en el deseo de compartir un acto poético que fuera más allá de los límites convencionales. Que el arte saliera de las salas, a las calles y que navegara en el mar del Sur, nuestro sur, tratando de eludir toda huella anterior como en las fiestas de los pueblos antiguos disputándose el corazón y la palabra.

Por eso, cuando años más tarde, en el bullicio de otra ciudad acelerada, apareció el arte de sus corazones gigantes y su poesía, en el Metro de Santiago, como el lenguaje de fondo de la buena humanidad, sentí el telegrama urgente de aquel pintor extraviado entre los bocinazos que aseguraba el tiempo más allá de la capacidad de asombro. Una sorpresiva singularidad, un espacio disputado entre la montaña y el corazón, entre la fantasía del juego y la nostalgia que entremezcló con una fuerza emotiva particularmente íntima y directa. La visión del poeta-pintor no interesada por las cosas desde el punto de vista de la exactitud mecánica, sino por el efecto que su observación ejercía sobre la conciencia viva del hombre y mujer, con todas las sensibilidades múltiples, que existen en todos nosotros.

La obra de Francisco Javier Smythe es un imaginario inconcluso que combinó el optimismo, la erupción del color, el pop, el primitivismo refinado en una época en que el poeta intentaba abrazar el universo con cuidadosa obsesión. Sin embargo, el fuego de la vida se abrió para que el pintor Smythe viajara al país de nunca jamás, hace casi veinticinco años, a otro tiempo más puro, a otro sueño de alquimia, reclamando nuestro sentido originario de historia fragmentada. Ahora, en el inicio de este marzo abrumador, y con toda esa particular música de los tonos nebulosos del norte, el pintor Smythe nos estaría diciendo, a modo del poeta del bosque: "el océano de colores germina ante nuestros ojos donde la expresión de lo invisible se encuentra en medio de toda esa vorágine de lo visible". Por eso, al evocar al poeta-pintor en su convincente inspiración, aparecerán formas y colores cerro abajo; una caligrafía de designios azules, amarillos y rojos, en la búsqueda de su originalidad o como debiera decirse un logro de comprometida sinceridad tan escasa y difícil entre los artistas.

Smythe, sin duda, se elige entre los grandes por todo ese universo ilimitado, por esa pintura sentida como una riqueza de formas amplias o enteramente alegre y exuberante. Así el pintor debe haber ascendido desde su propio corazón hasta el jardín de la memoria, pasando desde Florencia hasta Ciudad de México, avanzando por los mares australes, hasta Melipulli, para llegar al abismante desierto, inclinando su alma con dolor para permitirnos esa única y fluida verdad: convencernos definitivamente de rescatar el fuego de lo sensible en la delicada esperanza por nuestra propia existencia.