Boric y las nuevas formas de identidad
Uno de los rasgos de la vida social lo constituye el hecho que quienes en ella desenvuelven su quehacer, su peripecia vital, se adscriben a formas identitarias que les proporcionan abrigo y al mismo tiempo una forma de estar en el mundo y orientarse en él.
En el caso del Chile contemporáneo, han surgido al menos tres formas identitarias que están en el centro del gobierno que asumirá en marzo.
Conviene, pues, examinarlas.
La principal de ellas es la juventud. El fenómeno comenzó hace más o menos una década y se acaba ahora de consolidar. Como se sabe, la juventud es un fenómeno sociocultural específicamente moderno cuya mejor definición es la moratoria de la adultez. Si ser adulto es ser plenamente responsable, la moratoria de la juventud sustituye la responsabilidad por el aprendizaje. De esta forma el joven, o quien presume serlo, no es totalmente responsable de su conducta puesto que lo malo que hay en ella, los tropiezos que experimenta, las frases que emite, e incluso el daño que puede causar, no es más que una forma de aprendizaje. La vida es concebida como un transcurso de ensayo y error por el que el joven, o quien presume serlo, transita. Si el adulto merece condena por lo malo, quien transita por la moratoria de la adultez recibe comprensión. La juventud se convierte así en excusa moral.
La otra forma identitaria hoy harto frecuente es la de víctima o sobreviviente. Por supuesto hay víctimas de veras que merecen reparación y los victimarios castigo; pero esta categoría no se refiere a esas personas, sino a quienes son víctimas por llamarlas así de la estructura. En esta categoría de encuentran quienes se sienten víctimas en razón del género, de la orientación sexual, de la etnia a la que se pertenece, de la clase, etcétera.
Ser víctima se convierte así en una forma de identidad que inmuniza a las personas contra la crítica o el discurso ajeno. Al participar del debate, la víctima posee una defensa formidable. Exonerada de dar razones, basta que identifique a quien formula la crítica como un misógino, un etnocéntrico, un miembro de la élite o lo que fuera para que se esa forma el crítico se convierta en victimario, en una prueba irrefutable de que enfrente de él hay una víctima.
La tercera forma identitaria es la étnica. La pertenencia a un pueblo originario es, de todas las formas identitarias, la que posee sin duda mayor fundamento moral e histórico. Sin embargo, de ahí no se sigue que los planteamientos de sus élites no merezcan el escrutinio crítico o que la reivindicación violenta no merezca ser reprimida, o que las diversas etnias deban poseer, cada una, escaños reservados, en una especie de estratificación por origen de la representación política.
Uno de los peligros que afrontará el gobierno del presidente Boric es el de dejarse influir en demasía por esas nuevas formas identitarias, olvidando que gobernar requiere de un cierto universalismo capaz de olvidar esas pertenencias.
Si el presidente Boric se deja llevar por el pretexto de la juventud, usará la moratoria de la adultez como excusa y arriesgará el peligro de relativizar la responsabilidad propia y la ajena; si cede en demasía frente a quienes lo apoyan esgrimiendo su condición de víctimas, incurrirá en un paternalismo que acabará desmedrando la autonomía de las personas; si no evalúa con espíritu crítico las demandas de los pueblos originarios -cuidando que al margen de la etnia exista un sentido de comunidad- no será, como con convicción proclamó, el presidente de todos los chilenos.
Es la paradoja de Boric: haberse hecho del poder estimulando las identidades; aunque a contar de marzo deba relativizarlas.