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Nostalgia política

Dra. Francis Espinoza F. Académica UCN
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Falta tan sólo tres semanas para la segunda vuelta de la elección presidencial más importante de las últimas décadas, y la atmósfera electoral se caldea tomando rumbos inesperados. Los comandos de ambos candidatos se van estructurando en torno a sus talones de Aquiles para traer al electorado díscolo o émulo como se diría en publicidad. Se aprecian actores que entran y salen de la escena política conformando los equipos económicos, que bien podríamos denominar, en ambos casos, los/as MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts) 'boys/girls', con algunos leves tintes latinoamericanistas y europeos. Sin embargo, la preocupación fundamental ya no son los liderazgos, la mutabilidad de programas y discursos o los próximos debates mediáticos, sino más bien cómo se comportará el electorado y, por supuesto, quién será nuestro próximo presidente. Me imagino que las apuestas ya están echadas, sólo falta ir configurando el escenario de aquel o aquella votante infiel e impredecible.

En 2016, Manuel Arias Maldonado en su libro La Democracia Sentimental se preguntaba si somos individuos políticamente racionales o más bien ciudadanos/as sentimentales. Este politólogo español también se cuestionaba si todos los problemas que tenemos con las democracias contemporáneas se deben al efecto del peso de las emociones en los procesos políticos y sociales. Hace rato que vengo escribiendo sobre emociones en política, de la mano de la filósofa estadounidense Martha Nussbaum y su texto Emociones Políticas (2014) y del psicólogo argentino Walter Riso con su obra Democracia Afectiva (2019). Por ende, ¿cuál es la emocionalidad que tiñe los espacios políticos, la construcción del sujeto y finalmente la 'cosa política'?. Según José Antonio Marina, la ambición, el patriotismo, el resentimiento, la indignación, el odio, la solidaridad, o el entusiasmo explicarían muchos hechos históricos en política (El Mundo, 03/01/2021).

A esta emocionalidad, el profesor estadounidense de la Universidad Emory, Drew Wester, le llama 'el cerebro político' (Political Brain: The Role of Emotion in Deciding the Fate of the Nation, 2008).

De acuerdo a sus investigaciones, aquellas candidaturas perdedoras asumen que los/as votantes toman decisiones desapasionadamente basándose sólo en sus problemas. Esto explicaría que sólo un demócrata haya sido reelegido en la presidencia de Estados Unidos desde Franklin Roosevelt (Barack Obama) y sólo dos republicanos han fracasado en su búsqueda (George W. Bush y Donald Trump).

Una de las emociones que más caracteriza a los fenómenos políticos es la nostalgia. Ésta se ve expresada de manera explícita en las campañas, pero también de manera implícita en los discursos. Por ejemplo, recordemos la retroexcavadora de Ignacio Briones para desenterrar a Pinochet de su tumba, o la necesidad de terminar el legado del Salvador Allende en la visión de Gabriel Boric, o el negacionismo de la dictadura en José Antonio Kast. Todo nos recuerda un pasado de un país soñado he imaginado, "la "nostalgia" falsea el pasado inevitablemente, porque lo ve a través de un prisma sentimental amable. Lo adorna y embellece" ("La Nostalgia Política", El Mundo, 03/01/2021). Ese pasado es añorado por los/as votantes y los/as motiva a pensar que todo tiempo pretérito fue mejor y que deberíamos volver a esas épocas, incluyendo a quienes no vivieron esos períodos. El/la votante joven también tiene una añoranza heredada.

Nuestro cerebro político entonces está formateado por las imágenes del pasado, que muchas veces buscan la perpetuación de un eterno status quo. Según José Antonio Marina, los nacionalismos están llenos de expresiones nostálgicas, se asume una edad de oro, que por lo general nunca existió, y casi en una realidad paralela. Se espera y se busca una patria lejana que debemos recuperar y que al no hacerlo, terminamos adornando la historia. En un programa político televisivo, el académico de la UCN, Dr. José Antonio González se refería a nuestro pasado histórico y a la necesidad de plasmar en el electorado esta saudade. En este mismo programa, yo me refería a que en Chile nunca pudimos construir un proyecto de recuperación de la memoria; por ende, es inevitable quedarnos en la larva y no volar como una mariposa.

La reaparición de los viejos fantasmas políticos tales como el nacionalismo, la xenofobia, el populismo nos llevan a esta nostalgia política que tan bien describía Jacques Rousseau (1712-1778) como una concepción estética y liberadora de la política que lucha contra lo avasallador que son los cambios en nuestra sociedad. Si bien las próximas elecciones están todavía abiertas y líquidas, lo interesante es que el concepto de cambio sólo prima en países donde nada cambia. Gane una u otra candidatura, la nostalgia política nos tendrá todavía atrapados/as hasta que tanto el Estado como la ciudadanía muestren señales de madurez cívica y política.

"Nuestro cerebro político entonces está formateado por las imágenes del pasado, que muchas veces buscan la perpetuación de un eterno status quo".

La involución de Chile

José Miguel Serrano Economista U. de Columbia
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Durante mucho tiempo viví y trabajé en diferentes países de América. Se puede decir que he visitado y conozco prácticamente todas las naciones americanas, desde Canadá por el norte hasta Puerto Williams en el extremo sur de Chile. Y menciono este hecho porque estoy anonadado con el desorden y caos que me ha tocado presenciar a lo largo y ancho de nuestro territorio nacional durante los últimos años, situación que nunca vi en ninguna otra parte del continente.

¿Cómo se puede explicar la destrucción que hemos experimentado en Chile? La gran mayoría de mis compatriotas dicen que están "enojados", cansados de un sistema que resienten pues lo consideran injusto, y probablemente tiene razón en varios aspectos. Se piden y demandan cambios profundos a las pensiones, salarios, jornada laboral, salud pública, educación, y por cierto a la Constitución. Pero junto con aquello está la violencia, cuya naturaleza y manera de expresión son sumamente difíciles de justificar. Y, sin embargo, se justifica o justificó por líderes políticos y sociales carentes de toda visión de Estado. Esto, a la vez, se logra entender sólo si existen problemas sicológicos más profundos en nuestra sociedad, que el "progreso" económico y un arraigado materialismo ha venido tapando por décadas.

Mi hija mayor quiso irse de Chile cuatro años atrás, cuando tenía sólo 22 primaveras, ya que se cansó de vivir en una sociedad tan inmensamente agresiva y discriminatoria. En Santiago asistió a la universidad, donde pudo presenciar un permanente matonaje político y cultural. Decidió que Estados Unidos era el lugar para ella, y ahora es feliz trabajando y estudiando allá. Al principio pensaba que se había equivocado al marcharse del país, pero he llegado a comprender que tenía razón, pues en Chile estamos mal de la cabeza y el futuro se ve bastante oscuro. La pandemia no ha hecho otra cosa que poner de manifiesto la entropía nacional.

En Colombia, Bolivia, Argentina, Paraguay, México y tantos otros, hay problemas similares o incluso peores que los nuestros. Sin embargo, las personas no salieron a quemar y destruir las ciudades, porque tienen niveles de civilidad y urbanidad que los guían y contienen. Los chilenos nos acostumbramos a mirar en menos a Bolivia o Venezuela, sin razón alguna. A pesar de que en este último país existe una férrea dictadura, nunca se ha visto a los venezolanos protestar quemando iglesias, destruyendo los monumentos de sus héroes, o robando y saqueando las pequeñas tiendas de barrio para dejar a sus propietarios en la ruina. Nunca se ha visto a los bolivianos quemar su transporte público al por mayor, o destruir sus estructuras nacionales más preciadas. Estos niveles de brutalidad y salvajismo simplemente no ocurren en otras latitudes. Claro, en Chile sí porque estamos "enojados".

Como corolario, me parece urgente que todos los chilenos y chilenas volvamos a clases intensivas de civismo y psicología de masas. Y por cierto, nuestros actuales líderes políticos, a quienes les falta la estatura necesaria.

"Mi hija mayor quiso irse de Chile cuatro años atrás, cuando tenía sólo 22 primaveras, ya que se cansó de vivir en una sociedad tan inmensamente agresiva y discriminatoria".