Quizá te haya llamado la atención la furia con que has sido atacada después de tu negativa a aprobar el cuarto retiro, aunque sabes que la gente se transforma cuando actúa en manada, y presumo que algo de eso esperabas, porque no eres una recién llegada a la vida política. Es paradójico, porque muchos de aquellos que hoy querrían colgarte serán a largo plazo los beneficiarios de tu decisión (ellos o sus padres). Pero en este momento son incapaces de ver más allá del día de hoy, y están indignados. Además, están convencidos de que le causaste un daño a Yasna Provoste. Si tuvieran el tiempo y la paciencia para leer el Gorgias, un diálogo platónico, sabrían que impedirle a alguien realizar una injusticia equivale a hacerle un gran bien.
En ocasiones he criticado ciertas posturas tuyas, hoy te celebro. Quizá mi apoyo no sirva más que para acrecentar la indignación de algunos. Realmente lo siento, pero están ofuscados.
Aquí no se trata sólo del cuarto retiro y de las nefastas consecuencias que tendría para el país, especialmente para las víctimas predilectas de la inflación, los más pobres. Lo que está en juego es la actitud que una persona ha de tener en la política. En otras palabras, tiene que ver con la fidelidad a las razones que llevan a que una persona decida dedicarse al servicio público. Nuestro problema apunta a si es posible mantener ciertos ideales con el paso del tiempo o si quienes se dedican a la política están necesariamente destinados a transformarse en unos adictos al poder, que, como en otras adicciones, están dispuestos a sacrificar todo, incluso la patria, con tal de no perder el acceso a esa droga.
Entiéndeme bien: no digo que todos los que votaron por el cuarto retiro están en esa situación, cabe muy bien la posibilidad de que algunos lo hayan hecho de buena fe. Pero tú estabas sola ante una decisión, sabías que no debías hacerlo y obraste en consecuencia. Me dirás que te limitaste a cumplir con tu deber y es verdad. Pero la historia humana está llena de casos de personas que no lo hacen, y que encuentran mil justificaciones para realizar cosas que saben que están mal. Es terrible, pero hay ocasiones en que la alternativa es sufrir un costo horrible (pensemos, por ejemplo, en Tomás Moro) o envilecerse.
Obviamente tu caso no llega a esos niveles: te azotan con las redes sociales, pero no con látigos de verdad. Aunque no han faltado los que te desearon la muerte, nadie te cortará la cabeza. Pero es duro, triste y doloroso ver la reacción de tus críticos y quizá todavía más el sentirte sola entre tus colegas y en tu partido cuando invitas a que "le hablemos a la gente con la verdad". Es posible que, en esas circunstancias, te preguntes qué queda de aquella Democracia Cristiana a la que ingresaste llena de ilusiones. No dejes que esa pregunta te amargue la vida: mientras haya una persona en el mundo que se comporte como tú lo hiciste esta semana, esa Democracia Cristiana estará viva.
Cuando te desveles en la noche a causa del dolor que te causen la incomprensión, la ingratitud e incluso la traición, piensa que esa pena que te embarga puede ser el precio que estás pagando para que otras personas, en la política, la academia, la vida sindical o los negocios hagan lo mismo.
Kant decía que, en cierta manera, todas las virtudes eran formas de fortaleza. Y no le faltaba razón. ¿De qué sirve saber perfectamente qué es aquello que le corresponde a cada uno si no se tiene la valentía para darlo y se termina condenando al inocente o absolviendo al culpable? ¿Cuánta gente consume droga, se emborracha o hace otras tonterías no porque le guste hacerlo, sino porque carece del valor para decir que no?
Como muestra la misma discusión sobre los retiros, estamos llenos de gente que sabe perfectamente cuál es su deber, pero no lo cumple. ¿Vamos a desanimarnos por eso? No, esa es simplemente una razón más para seguir luchando.