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Los riesgos y dificultades que enfrentan las familias que viven en el "techo" de la ciudad

FENÓMENO. Falta de locomoción, fuegos artificiales, incendios, balazos, y el inminente riesgo aluvional, son parte de las complejidades a las que se ven expuestos miles de hogares emplazados en los cerros de Antofagasta.
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Rodrigo Ramos Bañados

Desde lo alto, los barcos parecen de juguete en la bahía y los edificios de Antofagasta como un decorado en miniatura. La población René Schneider trepa por el cerro, por pasajes empinados. La última casa es prefabricada de madera. Delante de esta como una dentadura incompleta surgen otras pequeñas viviendas incrustadas en el cerro. "Depende el punto de vista. Vivo acá por necesidad, pero me gusta estar aislado. Aquí no llega casi nadie. Lo mejor es la vista. Lo peor son los vecinos conflictivos de más abajo", dice Luis Soto, de una edad inclasificable de más de 50 años, moreno, delgado y de barba canosa.

Soto reconoce que durante la tarde trabaja en los alrededores del mercado, como vendedor ambulante. Toma la micro 7 en la calle Condell. Esta lo deja en la Circunvalación. Luego sube unos diez minutos, o a veces más. Los perros lo conocen, asegura. El hombre, dice, que los peligrosos son los humanos, que a veces le hacen la "desconocida". En la noche enciende velas, o se guía con la luz del celular. No tiene alcantarillado. No tiene baño. La casa ni siquiera es de él. Dice que adentro hay una cama, una mesa y una silla. No da detalles si cocina ahí, o. no. Soto reconoce que cuida la casa y que ésta pertenece a otras personas. Entre sus ambigüedades no queda claro por qué razón vive ahí, si cuida la casa, si le pagan por estar ahí.

No le gustan muchas preguntas. Por esta razón no responde sobre vivir sobre una zona aluvional. No imagina la posibilidad de que su casa surfee un aluvión, y queda varada cerca de la línea del tren.

Perros

Varios metros más abajo de la vivienda de Soto, por una calle que se introduce por el lado norte de la población, Jorge Ramos pasea a un perro. Ramos es más tímido que Soto. No le queda claro si le están tomado el pelo con las preguntas. De igual modo responde que no ha tenido ningún problema viviendo a los pies del Cerro El Ancla, y que le gusta vivir ahí. "No paso frío ni nada, me acostumbré", asevera.

Hay perros amarillos y de tonos cafés con leche. La mayoría son grandes. "Aquí hay harto perro. Nosotros los evitamos. Nuestro campamento está cerrado. Nosotros llevamos siete años y nos vamos a fin de mes a nuestras casas propias. Lo bueno de vivir aquí, es que está cerca el consultorio (El Cesfam Central Oriente) y hay escuelas para los niños. En la noche es complicado después de las 22 horas. No hay locomoción, y cuesta mucho hallar un colectivo, que además suben los pasajes. Mejor quedarse en casa, que andar en la calle. Puedo decir que en la noche quedamos aislados… A veces se escuchan balazos más arriba", afirma la señora Juana (no quiso dar el apellido), detrás de una rejilla, en el bien cuidado campamento La Flora.

Fuegos Artificiales

Sergio Moya es profesor de lenguaje y poeta. Desde la casa a su lugar de trabajo, el Liceo Lancaster, demora menos de cinco minutos. Tiene la suerte de tener el colegio, a la vuelta de la casa. Este docente vive junto a su familia en la población Osvaldo Mendoza, que como todas las poblaciones del sector, mantiene calles empinadas siguiendo la geografía del cerro en algo comparable a Valparaíso. "Nuestra población es muy tradicional, de bastantes años y con muchos que nos conocemos. Ha sufrido cambios en el último tiempo por la llegada de campamentos. No puedo decir que ha cambiado para mal, por el contrario, mantenemos una buena relación con estos vecinos de más arriba. Hubo un tiempo que se registraron asaltos y robos, pero fueron cometidos por gente externa al sector. Como vecinos nos organizamos e instalamos cámaras, y como consecuencia de éstas, bajaron los asaltos y volvimos a la tranquilidad", afirma.

La casa de Moya es espaciosa y está configurada de acuerdo, al nivel del terreno. La mayoría de las casas del sector tiene ventanas que dan hacia el mar, a veces hasta terrazas.

Moya dice que los vecinos de los campamentos son los que deben caminar varias cuadras hacia arriba desde la avenida Circunvalación. "Por lo menos nosotros tratamos usar Ubre cuando nos pilla la hora en el centro, porque la subida es empinada. Bajando, estamos a diez minutos del centro. Tenemos centros médicos, consultorios y colegios. Un problema son los balazos y fuegos artificiales se escuchan hacia el sur en la población contigua, lo que denota el anuncio de la llegada de la mercancía. Si Chile gana, o un equipo le gana al otro, lanzan fuegos artificiales. Los fuegos artificiales responden mayormente a temas narcotráfico lo que es vox populi. La población donde vivo es tranquila", concluye.

María Pereda es colombiana, de Cali. Ella vive junto a su familia en el campamento que está más arriba de la casa de Moya, en la Osvaldo Mendoza. Reconoce que se acostumbró a subir y bajar a pie, pues al final lo toma como un buen ejercicio. Quizás lo extraño, reconoce, es abrir la puerta de la casa y encontrarse con el cerro pelado del desierto.

"En la noche es complicado después de las 22 horas. No hay locomoción, y cuesta mucho hallar un colectivo, que además suben los pasajes.

Juana, Campamento La Flora

"Depende el punto de vista. Vivo acá por necesidad, pero me gusta estar aislado. Aquí no llega casi nadie. Lo mejor es la vista".

Luis Soto, Población René Schneider

"Un problema son los balazos y fuegos artificiales se escuchan hacia el sur lo que denota el anuncio de la llegada de la mercancía".

Sergio Moya, Población Osvaldo Mendoza