(viene de la página anterior)
El grupo de María Alejandra se divide en dos. Uno hace dedo antes del puente. Y el otro, en cambio, espera que los cargue algún camión después del puente. Al comprobar por unos minutos que nadie los lleva, continúan caminando. La caleta Urco, a 40 kilómetros de la aduana del río Loa, que pueden transformarse de 8 horas a 10 horas de caminata en las condiciones en que se encuentran, es el primer lugar poblado yendo hacia el sur donde podrían pasar la noche. Urco cuenta con almacenes para abastecerse.
La fila
Una extensa fila de alrededor de 30 personas, conductores, se desprende de una caseta en la aduana. En la caseta, donde hay un funcionario de aduana, hay que exhibir los papeles del vehículo y artefactos electrónicos, si es que se llevaran, para pasar a Iquique. La Región de Tarapacá es zona franca como es sabido. Una migrante de alrededor de 20 años, junto a su bebé en los brazos, vende llaveros. Le va bien. Los conductores, todos hombres, no le compran llaveros, pero le extienden algún billete o monedas. Ella sonríe y agradece. Una vez que termina, regresa a su grupo, a esperar que se renueve la fila.
Se llama Giannina, con dos "n" aclara, y lleva una semana y media en Chile. En Caracas hace alrededor de un año dejó sus estudios de Enfermería, porque fue mamá. En ese período vio la posibilidad de salir del país, siguiendo a su familia. Algunos de sus familiares, dice, se fueron al norte, a Panamá y otros partieron al sur, a Argentina y Chile. Espera juntarse con unos tíos, que la recibirán en Quilicura. Reconoce que el viaje se le ha hecho más largo de lo presupuestado, pero le ha ido bien recolectando dinero. En Iquique, durmió junto a su bebé y pareja en una residencial después de cruzar la frontera por Colchane. Necesitaba reponer fuerza. Viene con ahorros, dice, pero por sobre todo le interesa darle abrigo y comida a su hijo. Entendió en Iquique, por sus compatriotas, que podía conseguir dinero vendiendo alguna chuchería. No quiere mendigar, asegura, sino entregar algo a cambio por dinero. Y así, ha podido mantenerse en este tiempo. La belleza también le ha ayudado, confiesa, para tener buena recepción.
Son alrededor de las 15 horas. El flujo de migrantes desde Iquique hacia Antofagasta, no se detiene. De Iquique al río Loa, les cuesta 20 mil pesos por persona en promedio. La mayoría de los vehículos se devuelven vacíos a Iquique. Los migrantes cruzan caminando, con maletas, el control aduanero. Los más jóvenes, lo hacen con mochila. Caminan, de un lado a otro, como seres invisibles entre los puestos de control y revisión. Nadie los detiene.
En la noche, la situación se hace más desesperada por el frío. Si no se consigue transporte, la única posibilidad es pasar la noche, en carpa, a un costado del río Loa.
Urco
Desde una van, descienden alrededor de siete venezolanos. El negocio de la señora Ana González está en la parte norte, de la caleta Urco. Urco, también conocida como Uco, es un cordón de casas que se extiende por alrededor de cinco kilómetros, a un costado de la carretera (Ruta 1) hacia Tocopilla. Los jóvenes, la mayoría sonrientes y de buen ánimo que contrastan con otros que caminan por la carretera, pretenden arribar a Santiago al otro día. Se ponen de acuerdo entre ellos. Compran agua y bebida. No saben con qué billete pagarle a la señora Ana. La señora les precisa que con el billete de diez mil basta y sobra. El conductor, de más de sesenta años, chileno, los observa a un costado del vehículo. No parece muy amigable.
Si se calcula, dice la señora, el conductor cobrará por la carrera del río Loa a Santiago, unos 300 mil pesos, o algo parecido. Especulamos con el precio. Los chicos se despiden. Suben y continúan la ruta. La señora Ana afirma que varias personas de Urco y Tocopilla, están trabajando en el traslado de migrantes, con el riesgo de que le saquen algún parte. Y, han pasado casos con alguno de sus vecinos, que de buena persona, por llevar unos migrantes gratis, les infraccionaron llegando Tocopilla. Al final, dice la señora, mejor no arriesgarse. A veces hay controles. La ruta, además, mantiene cortes de camino por trabajos, que aletargan el viaje.
Así es todos los días, dice resignada la señora, refiriéndose a otro grupo de venezolanos que se bajaron de un auto y le compraron galletas. Otros, los más pobres, expresa, se quedan a dormir por acá, o a descansar uno o dos días, y siguen el camino a pie. "Ellos me piden que les prepare empanadas de mariscos. Arman carpas o lisa y llanamente se meten a las cabañas a pasar la noche. Hay hartas personas que viven aquí, cuidando las cabañas. Ellos no permiten que los venezolanos se metan. No es justo que personas se tomen las cabañas y le hagan daño, que es lo peor de todo. Ha sucedido con frecuencia", dice.
La señora Ana lleva 24 años en Urco. Reconoce que en el último tiempo le da pena ver las personas caminando por la carretera, durante el día, porque van con niños, cansados, y quizás "con qué destino incierto. Rezo por ellos. Me hace recordar al éxodo que sale en la Biblia. Mientras se pueda, se ayuda. Quién sabe si nosotros somos los próximo en migrar", afirma.